El Papa ha pedido a los cristianos la gracia de «vivir para servir» en un contexto global del drama de la pandemia por coronavirus y ha recordado que esos son los «verdaderos héroes y no los que tienen fama, dinero y éxito. Así lo ha puesto de manifiesto durante la misa de Domingo de Ramos en la Basílica de San Pedro, por primera vez sin fieles y retransmitida por streaming para evitar el avance del contagio por coronavirus y que da comienzo a las celebraciones de una Semana Santa blindada en el Vaticano.
El Pontífice ha recalcado que en estos momentos las certezas se desmoronan y las expectativas son traicionadas. «Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás. Sentíos llamados a jugaros la vida. No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande es decir, sin condiciones, sí al amor. Como lo hizo Jesús por nosotros», ha instado.
Se trata de la primera celebración litúrgica de la Semana Santa de este año, en la que se ha cancelado la gran procesión de peregrinos con palmas de olivo, por la pandemia de coronavirus.
«Procuremos contactar con el que sufre, el que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer –ha continuado Francisco–. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el amor permanece. El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor. De este modo, en casa, en estos días santos pongámonos ante el Crucificado, que es la medida del amor que Dios nos tiene».
El Papa ha hecho estas reflexiones desde el altar de la Cátedra de la basílica de San Pedro, y no bajo el baldaquino, donde estaba presente el Crucifijo de la Iglesia de San Marcello al Corso, conocido como el crucifijo de la ‘Gran Peste’ porque en 1522 se llevó por los barrios de Roma para acabar con la plaga.
Se trata del mismo crucifijo ante el que rezó el Santo Padre el pasado 16 de marzo y que fue trasladado a la plaza de San Pedro el pasado viernes 27 para la oración y bendición Urbi et Orbi en la que volvió a pedir el fin de la pandemia.
En el altar también se ha colocado la imagen de la Virgen Salus populi Romani, cuyo icono se guarda y se venera en la Basílica de Santa María la Mayor y ante la que también rezó el Papa recientemente.
El Papa ha asegurado que es difícil amar sin ser amados y que es aún más difícil servir si no se deja a Dios servir primero, reflexionando sobre la Pasión de Jesús. «Su amor lo llevó a sacrificarse por nosotros, a cargar sobre sí todo nuestro mal. Esto nos deja con la boca abierta. Dios nos salvó dejando que nuestro mal se ensañase con Él. Sin defenderse, sólo con la humildad, la paciencia y la obediencia del siervo, simplemente con la fuerza del amor», ha dicho.
Así, Francisco ha recalcado que el Padre sostuvo el servicio de Jesús, no destruyó el mal que se abatía sobre Él, sino que lo sostuvo en su sufrimiento, para que sólo el bien venciera el mal para que fuese superado completamente por el amor. «Hasta el final. El Señor nos sirvió hasta el punto de experimentar las situaciones más dolorosas de quien ama: la traición y el abandono», ha dicho.
Sobre la traición a Jesús, el Papa ha recordado que lo hizo la gente que lo aclamaba, la institución religiosa que lo condenó injustamente y la institución política que se lavó las manos. En este sentido, ha invitado a los cristianos a pensar en las traiciones pequeñas o grandes que han sufrido en la vida.
«No podemos ni siquiera imaginar cuán doloroso haya sido para Dios, que es amor. Examinémonos interiormente. Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad. Cuánta falsedad, hipocresía y doblez. Cuántas buenas intenciones traicionadas. Cuántas promesas no mantenidas. Cuántos propósitos desvanecidos. El Señor conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas veces, que nos cuesta levantarnos de nuevo y que nos resulta muy difícil curar ciertas heridas», ha añadido.
De este modo, ha señalado que Jesús curó a la humanidad cargando sobre sí la infidelidad y borrando la traición. «Para que nosotros, en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado y recibir su abrazo», ha subrayado.
Francisco ha agregado que Jesús «comprobó el abandono más grande» con una finalidad. «Que cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatoria, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos. Jesús experimentó el abandono total, la situación más ajena a Él, para ser solidario con nosotros en todo», ha concluido.