La agricultura intensiva sumada al abandono rural en un contexto de cambio climático perjudican a la flora y fauna que depende de los cultivos y repercuten en el futuro de la dieta mediterránea, según advierten investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Así lo han manifestado este miércoles expertos del CSIC en biotecnología, ciencias agrarias y alimentación que se han reunido este jueves en el Real Jardín Botánico, en el marco de los encuentros ‘Itinerarios Cicerón’, con empresas, administraciones y periodistas para analizar el futuro de la dieta mediterránea en el contexto del cambio climático.
El evento, que también se ha desarrollado en la librería Científica del CSIC ha reunido a expertos para explicar los conocimientos que aporta la ciencia para mantener la esencia de la dieta mediterránea.
En el encuentro ha participado el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), Mario Díaz Esteban, que como experto en efectos de la agricultura sobre la biodiversidad se ha centrado en el papel de la sostenibilidad ecológica y económica de los sistemas agropecuarios.
En ese sentido, ha advertido de que los campos de cultivo son usados cada vez con mayor intensidad y en ellos se están eliminando elementos naturales del paisaje que hasta ahora eran «refugio para la biodiversidad». Además, ha añadido que paralelamente a la intensificación, se produce abandono, que es «igual de negativo» para la fauna y flora de la que dependen de los cultivos. El equipo de Esteban evalúa el papel de esta biodiversidad en la sostenibilidad ecológica y económica de los sistemas agropecuarios.
Por su parte, la investigadora del CSIC en el Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL), Dolores del Castillo, que junto a su equipo trabaja para darle una segunda vida a los alimentos con procesos fáciles de instrumentar en la industria, ha destacado que el objetivo es que al consumidor lleguen productos sostenibles, saludables y sensorialmente agradables.
El equipo de Del Castillo estudia la cascarilla del café que se genera con los posos y durante el tostado con la que por ejemplo preparan nuevos snacks, galletas o barritas energéticas. Además, trabaja en bebidas instantáneas que tienen un «valor añadido no solo por su carácter energético sino porque también son una fuente de nutrientes y compuestos bioactivos.
Por su parte, el investigador del CSIC en el Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea la Mayora, Iñaki Hormaza, ha explicado los cultivos tropicales exóticos, como chirimoyas, mangos o aguacates para adaptarlos al clima mediterráneo. Al respecto ha destacado la relevancia de poder producir estos alimentos en Europa en vez de importarlos de América, por sus ventajas en lo que se refiere a huella de carbono y porque los requerimientos para cultivos en Europa son de los más restrictivos del mundo, lo que garantiza que la calidad de los alimentos y la seguridad alimentaria sean «muy superiores a lo que pueda llegar de otros países».
En su turno, Armando Albert, investigador del CSIC en el Instituto de Química Física Blas Cabrera, que estudia los mecanismos que activan las plantas en situaciones de estrés ambiental ha detallado que las plantas necesitan agua para sobrevivir, pero además necesitan perderla mediante el proceso de transpiración, que es necesario para que realicen la fotosíntesis» y que ante una situación de estrés hídrico, las plantas se deshidratan al cerrar los poros (estomas) que regulan ese proceso. Sin embargo, su equipo ha aplicado estrategias de biotecnología para desarrollar un nuevo método agrícola que permita controlar la apertura y cierre de los estomas y, por tanto, mejorar el rendimiento de las cosechas en relación con la cantidad de agua empleada.
Mientras, la investigadora Cristina García, del CEBAS, elabora bebidas naturales enriquecidas con compuestos bioactivos que proceden de productos típicos de la dieta mediterránea por lo que son «seguras, saludables y sostenibles»., ya que inciden en que su procesado sea óptimo; están enriquecidas con compuestos bioactivos; y se realizan a partir de productos de desecho de la agricultura.
Por su parte, la investigadora del Instituto Español de Oceanografía en Vigo Isabel Riveiro, ha explicado que la dieta mediterránea incluye como principal fuente de proteínas el pescado y también a la pesca como actividad extractiva, con un gran arraigo cultural en las comunidades costeras.
«El cambio climático tiene un gran efecto sobre los océanos y, por lo tanto, sobre los productos del mar, sobre la calidad y la cantidad que vamos a poder consumir en nuestra dieta mediterránea«, indica la investigadora cuyo grupo de trabajo estudia las especies pelágicas, como las sardinas, que son las que experimentan mayores fluctuaciones en las capturas a nivel global y también las que se ven más afectadas por los cambios medioambientales.
Así, ha añadido que toda la información recopilada en su serie histórica será analizada con modelos de predicción que permitirán saber lo que ocurrirá en 50 o 100 años y cuáles serán las mejores estrategias de gestión para una explotación sostenible de los recursos.