El presidente de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, funciona por libre, pero porque así lo ha pactado. Lo ha hecho desde hace meses, incluso antes de que Pablo Casado llegara al frente del Partido Popular. El líder autonómico era de Soraya Sáenz de Santamaría. Con Casado, mantuvo una lealtad tensa que se rompió en algunos momentos puntuales como la selección de la persona que lideraría el PP de Sevilla. Y ahora que ha llegado Alberto Núñez Feijoo, Moreno Bonilla no está precisamente complaciente con la línea de Génova porque así lo pactó con el gallego antes de tumbar a Casado y dejarle fuera del PP. Moreno Bonilla va por libre y hará lo que considere tras las elecciones. Y esto no es una novedad, lo lleva ejerciendo desde hace tiempo.
En el Partido Popular no están demasiados sorprendidos por esta actitud de Moreno Bonilla. Muchos se preguntaron cómo consiguió llegar a la presidencia de Andalucía, pero ahora nadie menosprecia al líder popular autonómico porque ha demostrado que sabe lo que tiene que hacer. El único problema es que, al igual que pasa con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, Moreno Bonilla se ha convertido en un verso libre dentro del Partido Popular que no siente que tenga que obedecer a Feijoo, algo que le exigió al presidente de Galicia a cambio de apoyarle para que llegara al frente de las elecciones. Y mientras el gallego mantenga esa actitud tan complaciente con las viejas glorias del PP para evitar mayores conflictos internos, el andaluz tendrá vía libre para hacer lo que considere. O al menos es lo que deslizan fuentes de Génova.
Moreno Bonilla fue una de las causas de la caída de Casado. Le dejó caer y se «alió» con Feijoo para montar ese nuevo Partido Popular que entusiasmara a la gente. Cuando el expresidente popular estaba en horas bajas, Moreno Bonilla le empujó al abismo junto a Feijoo y a Ayuso. Pero pasada la tormenta y con las elecciones de Andalucía a la vuelta de la esquina (se celebran 19 de junio), Moreno Bonilla se ha vuelto a convertir en un verso libre que ignora las órdenes que llegan de Génova. Ni apoyó a Casado ni apoya al presidente gallego. Él juega su partido.
Una de esas directrices es la de integrar o no a Vox en el Gobierno. De primeras, el presidente andaluz ha dicho que no le importaría repetir las elecciones con tal de no sumar con Vox. Desde Génova dejan claro que es una estrategia de presión para que Macarena Olona les apoye sin condiciones. En cualquier caso, el PP de Andalucía juega su propio partido y no hará caso a las obligaciones que impongan desde Génova. No han parado de recordar las fuentes que, durante el mandato de Casado, el presidente autonómico era un problema porque funcionaba por libre. Ahora, con el caos de la transición y el miedo de Feijoo a los problemas internos, el líder andaluz se independizado más del yugo madrileño.
UN PACTO
Esta libertad fue la obsesión tanto de la presidenta de la Comunidad de Madrid como del presidente de Andalucía. Cuando Feijoo llamó por teléfono a Moreno Bonilla y a Ayuso para llegar a un pacto de mínimos y echar a Pablo Casado, ambos llegaron exactamente a la misma conclusión: querían total libertad en sus respectivos territorios para apoyar a Feijoo. El presidente de Galicia cedió y les ofreció esa libertad, pero ahora han empezado a surgir problemas en el paraíso por el miedo del presidente del Partido Popular a que todos imiten a Castilla y León y metan a Vox en sus gobiernos.
La estrategia de Casado era la de forzar en una sesión de investidura a Vox para que les apoyaran solo con un pacto programático, sin asientos. Era obligarles a retratarse. O el PSOE o ellos. Pero ahora temen que esa estrategia caiga en saco roto porque Alfonso Fernández Mañueco así lo hizo en cuanto tuvo ocasión.
De momento, Moreno Bonilla ha asegurado que no entrará Vox en el Gobierno pase lo que pase. Antes volverá a celebrar elecciones en otoño que meter a Macarena Olona en el gobierno autonómico. Pero de momento en Génova no todos apuestan porque Moreno Bonilla mantendrá su palabra. Cuando llegaron al poder, Feijoo y el presidente de Andalucía llegaron al simple acuerdo de que el gallego no se metería en la política autonómica del PP. El problema es que esa libertad podría meter en un problema al presidente de Galicia si decide imitar a Mañueco y meter a Vox en el gobierno autonómico después del 19 de junio.
FEIJOO, EL TEMEROSO
El presidente del Partido Popular ha llegado de Galicia a Madrid y no tiene muy claro qué hacer para controlar la formación. Muchos en Génova se preguntan para qué ha venido Alberto Núñez Feijoo al PP si ha mantenido casi íntegra la estructura interna de Pablo Casado. La conclusión para estas mismas fuentes populares es la misma: el pacto de mínimos era para echar a Casado, no para cambiar el rumbo del Partido Popular. Pese a las dudas, Feijoo no ha cambiado nada. El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) sigue bloqueado, el «no» a Vox sigue vigente en los discursos y Javier Maroto o Ana Pastor siguen paseándose por Génova como quieren. Todo sigue igual excepto una cosa: Feijoo, el presidente de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, y la de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, consiguieron echar a Casado y a su incómodo secretario general, Teodoro García Egea.
El malestar en Génova se empezó a sentir cuando Feijoo habló de plurinacionalidades. Poco después, le siguió su nueva mano derecha, Elías Bendodo. Pero el problema que rodea a Feijoo es más de fondo. Cuando consiguieron echar a Casado con un pacto de mínimos, se esperaba un cambio en el rumbo de la forma de hacer política del PP. Sin embargo, lo que parecía prudencia por parte del expresidente de Galicia en realidad parece que era falta de ideas. Hasta el momento, Feijoo ha imitado en todo a Casado. Los pasos que ha dado el Partido Popular son los mismos con el aderezo de hablar de plurinacionalidades para contentar a los vascos y a los catalanes, pero no ha tomado ninguna decisión que implique un volantazo o cambio de rumbo en la política popular. El CGPJ sigue bloqueado y Vox sigue vetado; no ha habido ni un solo cambio, por no hablar de los nombramientos.