Tras el fracaso de la guerra de rápidos movimientos por parte del Ejército de Rusia en su intento de invasión de Ucrania, en esta segunda fase se están realizando avances más lentos pero más seguros, utilizando ampliamente sus múltiples sistemas de artillería y lanzacohetes, entre los que destacan por su poder destructivo los termobáricos TOS-1M.
Aparte de la fracasada guerra de movimientos, según el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, Rusia ha disparado más de 625 misiles balísticos de corto/medio alcance y de tipo crucero en las dos primeras semanas transcurridas desde el inicio de la invasión de Ucrania, que tampoco habrían conseguido el efecto deseado de acabar con la resistencia de Kiev.
Tras este “fracaso”, el ejército de Rusia vuelve a confiar en su poderosa artillería, compuesta principalmente de obuses y lanzacohetes, que en el siglo XX el dictador sovietico Stalin definió como: «el dios de la guerra». En el caso del ejército sovietico y desde 1992 ruso no le falta razón, dado que su concurso fue fundamental en el marco de la Segunda Guerra Mundial, durante el aplastamiento de la insurrección de Budapest en 1956, y ya en el siglo XXI en las sendas guerras de Chechenia, especialmente en la batalla por la toma de Grozni (1999-2000) en el curso de la segunda guerra.
En la amplia panoplia de estos sistemas artilleros destaca el de lanzacohetes múltiples o Multiple Rocket Launcher (MRL) TOS-1A, que dispara cohetes con cargas incendiarias y termobáricos. Estamos ante el arma más devastadora del arsenal convencional de Rusia, obviamente sin contar con las de destrucción masiva, que a corta distancia causan mucho más daño que los ataques con los citados misiles.
El TOS-1A es básicamente un sistema MLR de 24 tubos de 300 mm, desarrollado en la época de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), cuya primera versión, la TOS-1, entró en servicio en 1988, que va montado en la barcaza de un carro de combate T-72.
Dado el alto peso de los cohetes que lanza, de entre 173 y 217 kilogramos, el alcance de la versión TOS-1 era de un máximo de 3,5 kilómetros, que en la actual versión modernizada TOS-1A se aumenta hasta los 6 kilómetros, que además dispara entre solo 6 y 12 segundos. La clave de su devastación se basa en las ojivas termobáricas que cargan sus cohetes, también conocidas como bombas de aerosol o explosivos aéreos de combustible o Fuel Air Explosive (FAE), que además pueden lanzarse en misiles o bombas. Básicamente hablamos de un contenedor lleno de combustible o gas a alta presión normalmente mezclado con un explosivo pulverizado que, al detonar a una altura programada, dispersa su contenido rápidamente, creando una gran nube de combustible que luego se incendia al entrar en contacto con el oxígeno que la rodea.
Su impacto provoca una onda de enorme calor, de entre 2.500° y 3.000º C, que además al pasar deja tras de sí un vacío que arrastra el combustible no explosionado, causando una penetración del mismo en todos los objetos no herméticos dentro del radio de la explosión. Este último efecto provoca daños internos y asfixia a las personas que hayan quedado fuera de la zona directa de la explosión; además el efecto se infiltra dentro de un edificio, trinchera o incluso un bunker, una estación de metro, etc.
Los rusos ya han hecho uso del sistema en la fase actual del conflicto en Ucrania, especialmente para atacar las ciudades; y también existe la confirmación grafica de que varias unidades del sistema TOS-1A han sido capturadas por los ucranianos Se ha de tener en cuenta que el corto alcance de sus disparos, obliga a las piezas a acercarse mucho a la línea del frente, lo que les hace muy vulnerables ante combatientes decididos, como son los ucranianos, que den contragolpes o se infiltren.
Rusia, en el marco de su política de propaganda, no ha admitido ni negado el uso de armas termobáricas en Ucrania, consciente de su mortal efecto contra la población civil atrapada, normalmente mezclada con los combatientes, en las ciudades ucranianas que ataca.
Los iniciales TOR-1, cuya cesta de lanzamiento constaba de 30 tubos, debutaron en 1989 en las etapas finales de la guerra que la URSS libró en Afganistán. Posteriormente en los años noventa en plena fase previa a la disolución del “imperio” sovietico se usaron en el conflicto del Alto Karabaj, y muchos años después en el 2020 en la nueva guerra que enfrentó a los armenios contra la ofensiva de los azerbayanos para recuperar dicho territorio.
También serían ampliamente usados en la segunda guerra de Chechenia, especialmente para la toma de la capital Grozni y otras ciudades, rol en el que las características de los proyectiles termobáricos son especialmente efectivos, ante las tropas atrincheradas en los edificios.
En Oriente Medio tanto los sirios como los iraquíes los han empleado, tras adquirirlos a Rusia, en los combates de sus respectivas guerras civiles contra la oposición islamista.
Aunque también las naciones occidentales, especialmente los Estados Unidos, han utilizado este tipo de armas desde los años sesenta, inicialmente en la guerra de Vietnam, y ya en el siglo XXI contra los talibanes atrincherados en los recovecos y cuevas de las montañas de Afganistán.