Los Juegos Olímpicos son la mayor competición deportiva mundial, la auténtica fiesta del deporte. Son dos semanas en las que el mundo centra su atención en la resolución exprés de infinidad de deportes. Por desgracia, a causa de la pandemia, que ya obligó a que los Juegos de Tokio 2020 se celebrasen en este 2021, no hemos podido vivir en todo su esplendor, con su colorido habitual, la explosión de alegría que acostumbran a ser, con visitantes provenientes de todos los rincones del planeta. En parte, ese ambiente festivo con el que se vive la competición es uno de los motivos que hace que los Juegos sean tan grandes como son.
Además de los Juegos Olímpicos, también hay que tener en cuenta los Juegos Paraolímpicos, que no suscitan tanta atención, pero que sí que tienen su buena cuota de protagonismo y siguen provocando el orgullo y la felicidad de los compatriotas de los participantes.
La grandeza de los Juegos Olímpicos
Lo más destacable de los Juegos es que le dan visibilidad a una gran cantidad de deportes minoritarios. Gracias a esta competición muchos aficionados llegan a descubrir deportes de los que no tenían ni idea de su existencia. Y eso es lo más bonito de todo, que los deportes minoritarios se conviertan en protagonistas, que tengan su momento de gloria. Eso y que los profesionales de esos deportes puedan vivir una experiencia inolvidable para la que se preparan con mimo durante un largo período de cuatro años (cinco para estos últimos de Tokio).
Gracias a los Juegos Olímpicos, el gran público consigue interesarse por modalidades como el lanzamiento de jabalina, deportes como la hípica, la vela, la escalada… De pronto, alguien que no tenía ni idea de deporte es capaz de decirte cuáles son las posiciones del voleibol, en qué consiste una kata de kárate, qué es un pasivo en el balonmano o por qué es tan importante la coordinación en el K-4 de piragüismo… Esta es la grandeza de los Juegos Olímpicos.
Parte del encanto de los Juegos reside también en su incuestionable capacidad para generar historias que perduran en el tiempo, momento imborrables que permanecen en el imaginario colectivo: el esfuerzo del guineano Éric Moussambani, que en Sidney 2000 nadó los 100 metros de estilo libre en 1’52”72, cuando el récord del mundo está en 46”91; los siete oros de Mark Spitz en Munich 1972; las medallas de Wilma Rudolph logradas en Roma 1960, después de que los médicos le dijeran a los cinco años que nunca más volvería a caminar tras haber contraído la polio; el etíope Abebe Bikila imponiéndose, descalzo, en el maratón de Roma 1960 y logrando la primera medalla del olimpismo africano; el ejercicio perfecto de la gimnasta rumana Nadia Comaneci en Montreal 1976; los cuatro oros ganados por el atleta negro Jesse Owens en Berlín 1936, en la misma cara de Adolf Hitler. Historias eternas que solo los Juegos Olímpicos son capaces de generar.
Atletismo y natación, los reyes de los Juegos
El fútbol es, sin discusión, el deporte rey en la mayor parte del planeta. Millones de aficionados en todo el mundo siguen con regularidad las competiciones locales y los mejores torneos como la Premier League inglesa, LaLiga Santander española, la Liga de Campeones y, por supuesto, el Mundial, la Eurocopa y la Copa América. De hecho, únicamente el Mundial de fútbol puede llegar a rivalizar mediáticamente con los Juegos Olímpicos en cuanto a poder de atracción. Ambos son eventos deportivos que trascienden la afición. A estos torneos se acerca público que normalmente no solo no consume deporte, sino que no muestra ningún interés durante todo el año y, sin embargo, cuando llega alguno de estos eventos, se planta frente al televisor a ver deporte y sigue la prensa deportiva para conocer qué delegaciones han conseguido nuevas medallas o cómo han quedado los partidos. Pero el fútbol apenas tiene importancia en los Juegos.
Dos son los deportes estrella de los Juegos Olímpicos: el atletismo y la natación, siendo la prueba estrella, la que más llama la atención del mundo, los 100 metros lisos. En general, las pruebas de velocidad son un gran reclamo, pero los 100 metros lisos no se pueden comparar con nada. Una carrera que se decide en menos de diez segundos entre superatletas. Tiene lógica que las pruebas más cortas destaquen por encima de las largas, sobre todo, teniendo en cuenta que una gran parte de los espectadores de los Juegos son personas no aficionadas al deporte, por lo que el hecho de que las competiciones se puedan resolver en un intervalo muy corto de tiempo es un punto muy a favor. De hecho, la prueba de fondo que despierta más interés es el 1500, una prueba que se decide en menos de cuatro minutos. Ni punto de comparación con las poco más de dos horas que duran las carreras de maratón.
Lo mismo sucede en las piscinas. La natación, que ha dado algunos de los nombres más grandes del olimpismo como los de Johnny Weissmüller, el famoso Tarzán, o Michael Phelps -que con veintiocho metales es el deportista que más medallas ha ganado en la historia olímpica-, es un deporte en el que las carreras se resuelven en un abrir y cerrar de ojos. Suele copar los primeros días de competición y es uno de los que más expectación suscita y fuente habitual de grandes historias y leyendas.