Caminar es, posiblemente, el ejercicio más democrático y accesible que existe, una actividad cotidiana que damos por sentada hasta que algo empieza a fallar. Pocas cosas resultan tan molestas y limitantes como las molestias en las articulaciones inferiores, y una mala técnica al andar puede convertir este acto natural en una fuente recurrente de dolor de rodillas. La buena noticia es que, a menudo, la solución no requiere tratamientos complejos ni intervenciones drásticas, sino algo tan simple como prestar atención a cómo apoyamos los pies en el suelo, un detalle que puede marcar una diferencia abismal en nuestra calidad de vida y bienestar articular a largo plazo.
La sabiduría popular a veces choca con la evidencia científica, pero en este caso, los consejos de los especialistas en traumatología coinciden con una lógica aplastante: la forma en que interactuamos con el terreno a cada paso tiene consecuencias directas sobre nuestras rodillas. Existe un gesto sencillo, casi instintivo si lo pensamos bien, que actúa como un escudo protector para estas articulaciones vitales, un mecanismo natural de amortiguación que hemos ido olvidando o descuidando en nuestro ajetreado día a día. Se trata de recuperar la secuencia correcta de la pisada, esa que empieza apoyando el talón y termina impulsándonos con los dedos, un movimiento fluido que distribuye las cargas de manera eficiente y minimiza el impacto que tanto castiga a nuestro aparato locomotor.
2DOLOR DE RODILLAS: EL ARTE OLVIDADO DE PISAR BIEN DEL TALÓN A LA PUNTA

La técnica recomendada por los traumatólogos para proteger nuestras rodillas se basa en recuperar el patrón de marcha más natural y eficiente. El primer movimiento clave es el contacto inicial con el suelo: este debe producirse con la parte externa del talón, de manera suave y controlada. Es fundamental evitar un golpe seco o un aterrizaje brusco, ya que el objetivo es iniciar la fase de apoyo de forma progresiva, permitiendo que el pie comience a adaptarse al terreno y a absorber parte del impacto inicial antes de que la carga se transmita completamente hacia la pierna.
Una vez que el talón ha contactado con el suelo, la siguiente fase consiste en «desenrollar» el pie hacia delante de manera fluida. El peso corporal debe transferirse gradualmente desde el talón, pasando por el arco plantar, hasta la parte delantera del pie y los dedos, que serán los encargados de proporcionar el impulso final para el siguiente paso. Este movimiento completo, desde el aterrizaje del talón hasta el despegue de los dedos, permite que el arco plantar actúe como un muelle, disipando eficazmente las fuerzas y reduciendo drásticamente la carga que llega a la rodilla, previniendo así el dolor de rodillas
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