La plaga comienza al cierre del año que suele traer consigo una mezcla de balances, propósitos y, para muchos, una sensación de agotamiento que va más allá del simple cansancio festivo. Solemos achacar los catarros, la fatiga y ese malestar generalizado a los virus estacionales o al estrés de las celebraciones, pero hay algo más profundo cociéndose bajo la superficie, una especie de plaga silenciosa que debilita nuestras defensas justo cuando más las necesitamos, y diversas investigaciones y datos globales, a menudo compilados o analizados por organismos como la OMS, apuntan a factores que a menudo pasamos por alto. No se trata de un nuevo patógeno exótico ni de una mutación vírica desconocida, sino de enemigos mucho más íntimos y cotidianos que minan nuestra salud de forma constante y sigilosa.
Este fenómeno, que parece intensificarse con la llegada del frío y los días más cortos, tiene raíces bien identificadas por la comunidad científica, aunque no siempre se les da la visibilidad que merecen fuera de los círculos especializados. Hablamos del impacto combinado del estrés crónico acumulado a lo largo del año y la drástica reducción de nuestra exposición a la luz solar, con la consiguiente caída en los niveles de vitamina D. Estos dos factores, actuando en concierto, crean el caldo de cultivo perfecto para que nuestro sistema inmunitario flaquee, dejándonos vulnerables no solo a infecciones comunes, sino a un estado de baja energía y ánimo que muchos confunden con la normalidad invernal. Es hora de poner el foco sobre esta realidad y entender por qué nos sentimos así cada final de ciclo anual.
3INVIERNO Y OSCURIDAD: LA LARGA SOMBRA DEL DÉFICIT DE VITAMINA D

A medida que los días se acortan y el sol se vuelve un bien escaso, especialmente en latitudes como la nuestra durante los meses de invierno, nuestro cuerpo se enfrenta a otro desafío importante: la producción de vitamina D. Esta vitamina, que en realidad actúa más como una hormona, se sintetiza principalmente en la piel gracias a la exposición a la radiación ultravioleta B (UVB) del sol, un proceso que se ve drásticamente reducido cuando pasamos más tiempo en interiores y los rayos solares llegan con menor intensidad. Aunque también podemos obtenerla en menor medida a través de la dieta (pescados grasos, huevos, lácteos enriquecidos), la fuente principal para la mayoría de la población sigue siendo la exposición solar directa.
La vitamina D juega un papel absolutamente crucial en la modulación del sistema inmunitario. No solo ayuda a la absorción del calcio, su función más conocida, sino que también participa activamente en la activación de las células inmunitarias, como los macrófagos y las células dendríticas, elementos esenciales para identificar y neutralizar patógenos invasores. Un déficit de esta vitamina se ha relacionado con una mayor susceptibilidad a infecciones respiratorias, enfermedades autoinmunes y una respuesta inflamatoria desregulada. Estudios epidemiológicos, cuyos resultados a veces son considerados por la OMS para recomendaciones generales, sugieren que una parte significativa de la población en países con inviernos marcados puede presentar niveles insuficientes o deficientes de vitamina D durante esta época del año.