España esconde entre sus pliegues geográficos auténticas joyas que esperan ser descubiertas, lugares donde la orografía desafía la lógica y regala panorámicas que cortan la respiración. Uno de esos tesoros inesperados se alza en la provincia de Jaén, un municipio que parece flotar sobre el vacío, aferrado a la roca como si temiera desprenderse hacia el abismo que custodia. Es una imagen poderosa, casi irreal, que invita a preguntarse cómo la vida pudo arraigar en un emplazamiento tan espectacular y vertiginoso, un balcón natural al corazón de Andalucía.
Alcalá la Real se presenta así, como una promesa de emociones fuertes y belleza indómita, coronada por la silueta inconfundible de su Fortaleza de la Mota. Este bastión histórico no es solo piedra y memoria, sino el vigía incansable de un paisaje sobrecogedor que se despliega a sus pies, un lienzo de olivares y horizontes lejanos que cambia con cada luz del día. Acercarse a este enclave es iniciar un viaje no solo físico, sino también temporal y sensorial, donde cada rincón susurra historias de fronteras, batallas y una convivencia tallada por la propia naturaleza del terreno escarpado.
2LA FORTALEZA DE LA MOTA: TESTIGO PÉTREO DE SIGLOS
Dominando el conjunto como un faro inexpugnable, la Fortaleza de la Mota es mucho más que un castillo; es una ciudadela amurallada que encapsula siglos de historia hispánica. Sus orígenes se pierden en la bruma del tiempo, con evidencias de ocupación desde la prehistoria, aunque su fisonomía actual debe mucho a las épocas islámica y cristiana, cuando fue un bastión clave en la defensa de Al-Ándalus y posteriormente del Reino de Castilla. Recorrer sus murallas, torres y la imponente Iglesia Mayor Abacial es sumergirse en un pasado convulso, donde cada piedra parece narrar historias de asedios, rendiciones y la vida cotidiana de quienes habitaron este enclave defensivo, uno de los más importantes de Jaén.
La restauración llevada a cabo en las últimas décadas ha devuelto a la Fortaleza de la Mota gran parte de su antiguo esplendor, convirtiéndola en un centro de interpretación histórica de primer orden y en un mirador incomparable. Desde sus adarves y torres, la vista se pierde en un horizonte infinito que abarca buena parte de la comarca y las sierras circundantes, un mar de olivos característico del paisaje de Jaén que se extiende hasta donde alcanza la mirada. Es fácil entender aquí la importancia estratégica del lugar, un punto desde el que se controlaba un vasto territorio, y hoy, un lugar perfecto para contemplar atardeceres que tiñen de oro y púrpura la campiña andaluza.