El verano invita a relajarse, a buscar la comodidad en cada gesto, y nuestros pies no son una excepción. Llega el calor y, casi por instinto, sustituimos el calzado cerrado por opciones más frescas como las chanclas o sandalias, mientras que otras ocasiones pueden requerir el uso de elegantes tacones; sin embargo, lo que parece una elección inofensiva para caminar por la calle se transforma en un riesgo considerable al sentarnos al volante, un toque de atención que la DGT no se cansa de repetir año tras año. La comodidad momentánea puede tener consecuencias que van mucho más allá de una simple multa, afectando directamente a nuestra capacidad para reaccionar ante imprevistos en la carretera, convirtiendo un trayecto rutinario en una situación potencialmente peligrosa para nosotros y para los demás.
La cuestión no es baladí, pues aunque pueda parecer una exageración para algunos, la física y la ergonomía no engañan. Conducir exige precisión, sensibilidad en los pies para modular el acelerador y el freno, y una sujeción adecuada que permita movimientos rápidos y seguros. Un calzado inapropiado, ya sea por su falta de sujeción como las chanclas o por la postura antinatural que imponen los tacones, interfiere directamente con estas necesidades básicas, comprometiendo nuestra habilidad para controlar el vehículo eficazmente. Ignorar estas advertencias, a menudo lanzadas por la DGT a través de sus campañas de concienciación, es jugar con fuego en un entorno donde un segundo de vacilación o un error de cálculo pueden marcar la diferencia entre un susto y una tragedia.
4MÁS ALLÁ DE LA SANCIÓN ECONÓMICA: LAS VERDADERAS CONSECUENCIAS

Centrarse únicamente en la posibilidad de recibir una multa de tráfico, que suele rondar los 80 o 100 euros, es quedarse en la superficie del problema. El verdadero peligro de conducir con un calzado inapropiado reside en las consecuencias potencialmente devastadoras que puede tener un simple resbalón del pie en el pedal equivocado o la incapacidad de frenar a tiempo. Un segundo perdido, un movimiento impreciso causado por una chancla que se dobla o un tacón que se atasca, puede ser la diferencia entre continuar nuestro viaje sin incidentes o sufrir un accidente de tráfico, cuyas secuelas pueden ser infinitamente más graves que cualquier sanción administrativa.
Además de los daños físicos y materiales directos que puede ocasionar un siniestro, hay que considerar las implicaciones legales y con las aseguradoras. Si se demuestra que el uso de un calzado inadecuado ha sido un factor concurrente o determinante en el accidente, la compañía de seguros podría poner objeciones a la hora de cubrir los daños, alegando una negligencia por parte del conductor que contribuyó al siniestro. Esto podría derivar en complicaciones legales y económicas muy serias, que se suman al trauma del propio accidente. La DGT no se cansa de recordar que la prevención y la responsabilidad individual son claves para evitar estas situaciones.