lunes, 21 abril 2025

Este es el alimento que jamás debes guardar en la puerta de la nevera, y no son los huevos

La conservación adecuada de los productos en el frigorífico garantiza tanto su sabor como sus propiedades nutricionales. El correcto almacenamiento de cada alimento resulta fundamental para evitar su deterioro prematuro y prevenir posibles intoxicaciones alimentarias que podrían derivar en problemas de salud. Aunque muchos dan por sentado que la puerta del refrigerador es el lugar idóneo para ciertos productos, existen razones científicas que desaconsejan este hábito para determinados alimentos perecederos.

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La temperatura es el factor más relevante cuando hablamos de conservación en frío, y no todos los espacios de la nevera mantienen los mismos grados. Las zonas interiores ofrecen una refrigeración más constante y fiable, mientras que la puerta sufre mayores variaciones térmicas cada vez que abrimos y cerramos el electrodoméstico. Este detalle, aparentemente insignificante, puede marcar una diferencia considerable en la durabilidad de productos sensibles como la leche, cuyas propiedades se ven comprometidas con estos cambios de temperatura.

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POR QUÉ LA PUERTA DE LA NEVERA ES LA ZONA MENOS RECOMENDABLE

Fuente: Freepik

El diseño de los frigoríficos modernos contempla diferentes zonas de refrigeración, cada una con características específicas. La puerta es, con diferencia, el área que sufre mayores oscilaciones térmicas a lo largo del día, pudiendo elevarse hasta siete grados por encima de la temperatura media del interior cada vez que se abre. Estos picos de temperatura, aunque breves, resultan suficientes para comprometer la calidad de alimentos sensibles como la leche.

Las mediciones realizadas por institutos de consumo demuestran que un frigorífico doméstico puede abrirse entre 15 y 20 veces diariamente. Cada apertura provoca un aumento temporal de la temperatura que tarda varios minutos en estabilizarse, afectando especialmente a los productos almacenados en la puerta. Esta fluctuación constante supone un estrés térmico para alimentos como la leche, acortando significativamente su vida útil incluso cuando aún no ha superado la fecha de caducidad indicada en el envase.

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