El pasillo del supermercado se ha convertido en una jungla de reclamos verdes, donde las etiquetas ‘eco’, ‘bio’ o ‘natural’ florecen en envases de todo tipo, prometiendo un mundo más limpio y una conciencia más tranquila. La reciente advertencia de la OCU sobre el posible engaño detrás de muchas de estas afirmaciones en productos cotidianos, como los de limpieza o cosmética, pone sobre la mesa una realidad incómoda: no todo lo que reluce con tipografía verde es realmente sostenible. Esta tendencia, conocida como greenwashing o lavado de imagen verde, aprovecha el creciente interés de los consumidores por opciones más respetuosas con el planeta, pero a menudo carece de un respaldo real y certificado.
La confusión generada por esta avalancha de términos ambiguos es considerable, llevando a muchos a pagar un sobreprecio por artículos que, en esencia, no ofrecen las garantías medioambientales que pregonan. Identificar qué productos son genuinamente ecológicos requiere algo más que fijarse en un diseño atractivo o en palabras evocadoras; exige mirar la letra pequeña, buscar sellos oficiales reconocidos y, sobre todo, mantener un espíritu crítico ante mensajes publicitarios que apelan más a la emoción que a la evidencia contrastada. La falta de una regulación estricta en el uso de ciertos vocablos permite que el marketing se mueva en una zona gris, donde la sugerencia de sostenibilidad puede ser más potente que la propia sostenibilidad, y el consumidor bienintencionado acaba siendo el principal perjudicado.
5CONSUMIDOR INFORMADO, COMPRA INTELIGENTE: CÓMO NO CAER EN LA RED DEL ‘GREENWASHING’

La responsabilidad final, en un mercado tan saturado de información y desinformación, recae en gran medida sobre el propio consumidor. Ser consciente de la existencia del greenwashing es el primer paso para no dejarse engañar. Esto implica desarrollar un ojo crítico, leer detenidamente las etiquetas buscando no solo los eslóganes atractivos sino también la lista de ingredientes y, fundamentalmente, los sellos de certificación oficial. No hay que dar por sentado que un envase verde o una hoja dibujada equivalen automáticamente a un producto sostenible; a menudo, es justo lo contrario, una simple fachada.
Cultivar el hábito de investigar un poco antes de comprar, especialmente si se trata de productos que usamos a diario y cuyo impacto ambiental acumulado puede ser significativo, es una estrategia inteligente. Consultar fuentes fiables, como los análisis comparativos y las guías publicadas por la OCU, puede ahorrarnos dinero y, sobre todo, la frustración de descubrir que hemos sido víctimas de un engaño ‘verde’, permitiéndonos tomar decisiones de compra que realmente se alineen con nuestros valores de sostenibilidad y respeto por el planeta. Al final, un consumidor informado no solo se protege a sí mismo, sino que también envía un mensaje claro a las empresas: las promesas vacías ya no cuelan. La OCU sigue trabajando para destapar estas prácticas, pero la vigilancia activa del ciudadano es indispensable.