El pasillo del supermercado se ha convertido en una jungla de reclamos verdes, donde las etiquetas ‘eco’, ‘bio’ o ‘natural’ florecen en envases de todo tipo, prometiendo un mundo más limpio y una conciencia más tranquila. La reciente advertencia de la OCU sobre el posible engaño detrás de muchas de estas afirmaciones en productos cotidianos, como los de limpieza o cosmética, pone sobre la mesa una realidad incómoda: no todo lo que reluce con tipografía verde es realmente sostenible. Esta tendencia, conocida como greenwashing o lavado de imagen verde, aprovecha el creciente interés de los consumidores por opciones más respetuosas con el planeta, pero a menudo carece de un respaldo real y certificado.
La confusión generada por esta avalancha de términos ambiguos es considerable, llevando a muchos a pagar un sobreprecio por artículos que, en esencia, no ofrecen las garantías medioambientales que pregonan. Identificar qué productos son genuinamente ecológicos requiere algo más que fijarse en un diseño atractivo o en palabras evocadoras; exige mirar la letra pequeña, buscar sellos oficiales reconocidos y, sobre todo, mantener un espíritu crítico ante mensajes publicitarios que apelan más a la emoción que a la evidencia contrastada. La falta de una regulación estricta en el uso de ciertos vocablos permite que el marketing se mueva en una zona gris, donde la sugerencia de sostenibilidad puede ser más potente que la propia sostenibilidad, y el consumidor bienintencionado acaba siendo el principal perjudicado.
1EL VERDE QUE ENGAÑA: CUANDO LO ‘ECO’ NO ES LO QUE PARECE

El fenómeno del greenwashing no es nuevo, pero ha cobrado una fuerza inusitada en los últimos años, al calor de una mayor conciencia social sobre los problemas medioambientales. Consiste, básicamente, en una estrategia de marketing que busca proyectar una imagen de responsabilidad ecológica sin que necesariamente existan acciones o certificaciones sólidas que la respalden, utilizando para ello términos como ‘verde’, ‘natural’, ‘respetuoso con el planeta’ o incluso ‘eco’ y ‘bio’ de forma laxa. Esta práctica, como señala la OCU, puede inducir a error al consumidor, haciéndole creer que está tomando una decisión de compra sostenible cuando, en realidad, el impacto ambiental del producto puede ser similar o incluso superior al de otras alternativas sin tanto bombo publicitario.
La motivación detrás de esta táctica es clara: capitalizar la creciente demanda de productos sostenibles, un segmento del mercado en clara expansión y por el que muchos consumidores están dispuestos a pagar más. Sin embargo, este afán por subirse al carro de lo ecológico a menudo se queda en la superficie, centrándose más en la comunicación y el diseño del envase que en una transformación real de los procesos productivos o la formulación del producto. La OCU insiste en la importancia de diferenciar entre las empresas que realmente invierten en sostenibilidad y aquellas que simplemente adoptan un disfraz verde para mejorar sus ventas, una tarea que recae, en gran medida, en la capacidad del consumidor para discernir.