Muchos españoles continúan con hábitos culinarios transmitidos de generación en generación sin cuestionar su validez. Este alimento que encontramos habitualmente en nuestras neveras esconde un peligro silencioso que pasa desapercibido para la mayoría de consumidores, convirtiendo una práctica aparentemente higiénica en un riesgo real para nuestra salud. La costumbre de lavar el pollo crudo antes de cocinarlo, lejos de eliminar contaminantes, puede convertir nuestra cocina en un foco de propagación bacteriana de consecuencias potencialmente graves.
La seguridad alimentaria es un tema que no suele acaparar titulares hasta que se produce una intoxicación masiva o algún brote que afecta a decenas de personas. Sin embargo, los expertos llevan años advirtiendo sobre prácticas domésticas erróneas que pueden comprometer nuestra salud, especialmente aquellas relacionadas con la manipulación de carnes crudas que albergan microorganismos patógenos. El desconocimiento generalizado sobre el comportamiento de estas bacterias lleva a muchas personas a realizar acciones contraproducentes en sus cocinas cada día, exponiendo a toda la familia a riesgos innecesarios.
4CÓMO PROTEGER A TU FAMILIA DE ESTE PELIGRO OCULTO

La buena noticia es que prevenir este riesgo resulta sorprendentemente sencillo: basta con eliminar por completo la práctica de lavar el pollo crudo. El tratamiento térmico adecuado durante la cocción es el único método efectivo para eliminar las bacterias presentes en este alimento. La temperatura interna del pollo debe alcanzar al menos 75°C en su parte más gruesa, garantizando así la destrucción de cualquier microorganismo patógeno sin necesidad de someterlo a un lavado previo que solo generaría riesgos adicionales.
Además de evitar lavar el pollo, existen otras medidas complementarias igualmente importantes para manipular correctamente este alimento potencialmente peligroso. Utilizar tablas de corte exclusivas para carne cruda, lavarse meticulosamente las manos después de tocar pollo sin cocinar, y desinfectar todas las superficies que hayan estado en contacto con el producto son hábitos que debemos incorporar a nuestra rutina culinaria. Estas sencillas precauciones, respaldadas por evidencia científica, pueden marcar la diferencia entre una comida saludable y un desagradable episodio de intoxicación alimentaria.