Muchos españoles continúan con hábitos culinarios transmitidos de generación en generación sin cuestionar su validez. Este alimento que encontramos habitualmente en nuestras neveras esconde un peligro silencioso que pasa desapercibido para la mayoría de consumidores, convirtiendo una práctica aparentemente higiénica en un riesgo real para nuestra salud. La costumbre de lavar el pollo crudo antes de cocinarlo, lejos de eliminar contaminantes, puede convertir nuestra cocina en un foco de propagación bacteriana de consecuencias potencialmente graves.
La seguridad alimentaria es un tema que no suele acaparar titulares hasta que se produce una intoxicación masiva o algún brote que afecta a decenas de personas. Sin embargo, los expertos llevan años advirtiendo sobre prácticas domésticas erróneas que pueden comprometer nuestra salud, especialmente aquellas relacionadas con la manipulación de carnes crudas que albergan microorganismos patógenos. El desconocimiento generalizado sobre el comportamiento de estas bacterias lleva a muchas personas a realizar acciones contraproducentes en sus cocinas cada día, exponiendo a toda la familia a riesgos innecesarios.
1EL MITO DE LA LIMPIEZA QUE TE PONE EN PELIGRO

La creencia popular de que lavar el pollo antes de cocinarlo es una medida higiénica está profundamente arraigada en muchos hogares españoles. Esta práctica, transmitida de generación en generación, parte de una lógica aparentemente sensata: eliminar restos de sangre o impurezas que pueda tener el alimento. Sin embargo, los estudios científicos han demostrado repetidamente que este hábito no solo es innecesario sino potencialmente peligroso, ya que facilita la propagación de bacterias como el Campylobacter, presente naturalmente en las aves de corral.
Los microorganismos patógenos que habitan en la superficie del pollo crudo no se eliminan con un simple lavado bajo el grifo. Al contrario, el chorro de agua provoca salpicaduras microscópicas que pueden alcanzar una distancia de hasta un metro alrededor del fregadero, depositando bacterias en superficies como encimeras y utensilios donde pueden sobrevivir durante horas o incluso días. Esta contaminación cruzada silenciosa multiplica el riesgo de intoxicaciones alimentarias, especialmente si en esas mismas superficies se manipulan posteriormente alimentos que se consumen crudos, como frutas o verduras.