Escondido entre los recovecos de nuestras cocinas, ignorado y relegado a un papel secundario, existe un pequeño tesoro culinario de valor incalculable. Este alimento milenario, presente en prácticamente todos los hogares españoles, esconde propiedades medicinales tan potentes que muchos laboratorios farmacéuticos quisieran replicar en sus costosos medicamentos. Hablamos del humilde ajo, ese bulbo de aspecto poco atractivo que, peso a peso, podría considerarse uno de los productos más beneficiosos para nuestra salud.
La ciencia moderna ha confirmado lo que nuestras abuelas ya sabían por intuición o tradición: el ajo es mucho más que un condimento. Sus compuestos activos, encabezados por la alicina, conforman un auténtico ejército bioquímico capaz de combatir inflamaciones, reducir el colesterol y fortalecer nuestras defensas naturales. Sin embargo, pese a costar apenas unos céntimos y estar al alcance de cualquiera, este superalimento sigue siendo la ‘cenicienta’ de nuestra despensa, infrautilizado y muchas veces limitado a dar sabor a guisos y salsas.
2EL PODER ANTIINFLAMATORIO QUE LA CIENCIA CONFIRMA

La inflamación crónica de bajo grado se ha convertido en la pandemia silenciosa del siglo XXI. Está detrás de enfermedades como la diabetes, las afecciones cardiovasculares y hasta ciertos tipos de cáncer. En este contexto, el humilde alimento que todos tenemos en casa cobra un protagonismo inesperado. Los estudios científicos más rigurosos han demostrado que los compuestos azufrados del ajo, especialmente la alicina, poseen un notable efecto antiinflamatorio comparable al de algunos medicamentos, pero sin los efectos secundarios que suelen acompañar a los fármacos de síntesis que habitualmente se recetan para estos problemas. Esta propiedad convierte a este bulbo en un auténtico tesoro preventivo contra numerosas dolencias.
Los mecanismos por los que el ajo combate la inflamación son múltiples y complejos. Por un lado, inhibe la actividad de ciertas enzimas inflamatorias como la ciclooxigenasa y la lipooxigenasa. Por otro lado, reduce la producción de citoquinas proinflamatorias, moléculas que actúan como mensajeras en los procesos inflamatorios del organismo. Una investigación publicada en el Journal of Medicinal Food demostró que el consumo regular de este alimento puede reducir los marcadores de inflamación hasta en un 60% en personas con enfermedades inflamatorias crónicas, lo que supone un dato contundente que respalda su uso como complemento terapéutico natural en el tratamiento de diversas patologías relacionadas con procesos inflamatorios persistentes. Esto explica por qué funciona tan bien para aliviar dolencias tan diversas.