Torrejón de Ardoz se ha convertido en el epicentro de una crisis de confianza para los padres que dejan a sus hijos al cuidado de otros. La seguridad esperada en estos entornos ha sido comprometida tras la difusión de un vídeo grabado por una estudiante en prácticas en la escuela infantil Cascanueces, donde se observan gritos, empujones y amenazas. Este caso, que comenzó como una grabación aislada, ha revelado un alarmante incidente de presunto maltrato infantil que ha dejado al país con el estómago revuelto.
PRESUNTO MALTRATO EN LA GUARDERÍA DE TORREJÓN DE ARDOZ

La grabación muestra como una trabajadora de la escuela infantil privada de Torrejón de Ardoz introduce la comida a la fuerza a un niña, sujetándola por la cara, gritándole mientras otros niños lloran en el aula. Las imágenes fueron grabadas supuestamente por una estudiante de prácticas, que incapaz de seguir soportando lo que veía, decidió actuar. Ella fue quien rompió el silencio de esta normalización sobre el maltrato en este centro y denunció a las autoridades.
“El maltrato que tiene hacia los niños, cómo los trata y cómo son con ellos no es normal, pero tanto ellas como todas”, la becaria de la guardería de Torrejón explica su experiencia en el centro en Y ahora Sonsoles. También, describe la situación: “les agarraba tanto del cuello, como del babero y la camiseta, les estampaba contra la pared, les obligaba y les metía la cuchara hasta la garganta, les agarraba de la cara y les gritaban”. Nicole también afirmaba que eran dos trabajadoras las que actuaban así, mientras que las demás miraban riéndose y eran conscientes de lo que pasaba.
Gracias a la denuncia de Nicole, las familias empezaron a hacerse preguntas, a encajar piezas. Muchas ya habían notado cambios en sus hijos: regresiones, ansiedad, rechazo a acudir al centro. Pero hasta entonces, no habían tenido pruebas.
El vídeo ha corrido por redes sociales, ha saltado a los medios y con ello ha llegado la indignación del colectivo. La Policía Nacional de Torrejón detuvo a cuatro trabajadoras, dos de ellas por maltrato directo, y las otras por presuntamente no actuar ante los hechos. El centro de Torrejón fue cerrado temporalmente y las familias se han volcado en buscar alternativas mientras intentaban asimilar lo ocurrido.
El juez ha otorgado la libertad provisional a las cuatro mujeres implicadas con la prohibición de acercarse a la guardería y a los niños afectados. Esto ha generado preocupación entre los padres de los menores, que consideran insuficientes las medidas cautelares impuestas. La Policía Nacional de Torrejón sigue recopilando evidencias y testimonios para avanzar en el caso.
LA VERSIÓN DE LA DIRECTORA DE CASCANUECES

En las primera declaraciones la directora del centro privado de Torrejón negaba haber tenido conocimiento de los hechos, excusándose de que ella estaba cantando a los niños y no estaba viendo nada, mientras que aparece en el famoso video y aparta la mirada a la presunta agresora.
En este caso, la omisión también es una forma de responsabilidad. Si no se escucharon las señales de los niños, si no se vigiló el comportamiento del personal, si no se dio voz a quienes sí advirtieron irregularidades —como la estudiante en prácticas—, entonces algo falló a un nivel estructural. No basta con alegar desconocimiento cuando se trata de proteger a menores. La vigilancia, la prevención y la respuesta rápida forman parte inseparable del trabajo en cualquier centro infantil.
Lo más paradójico del caso es que quien actuó no fue una veterana del equipo, ni una madre, ni la dirección. Era una estudiante en prácticas desde hacía tres días. Alguien que ni siquiera tenía un contrato laboral, que estaba allí para aprender, y que, sin embargo, fue la única con la valentía de documentar y denunciar lo que ocurría en la guardería de Torrejón. Ella relató más tarde que lo que vivió fue “horrible” y que nadie parecía sorprenderse por los gritos y el trato recibido por los menores. ¿Hasta qué punto se había normalizado esa forma de actuar?
LÍMITES ENTRE INFANCIA Y AUTORIDAD EDUCATIVA

El caso de Torrejón plantea una reflexión importante sobre los límites en la relación entre los niños y sus educadores. Trabajar con menores, especialmente en la franja de edad de 0 a 3 años, conlleva una gran responsabilidad emocional. Los educadores no solo cumplen la función de guiar, sino que también actúan como figuras de autoridad en quienes los niños deben confiar.
Ante esta realidad, resulta esencial establecer protocolos claros para abordar situaciones como los lloros persistentes, la negativa a comer o conductas desafiantes. No se puede dejar la gestión de estas situaciones al criterio personal, es fundamental que estén regidas por normas profesionales bien definidas.
Rosa Ferrando, educadora infantil, cuenta el protocolo alimentario que sigue la escuela infantil de Alicante donde trabaja: “ En mi centro se hacen dos platos y una pieza de fruta. A los niños les gustan cuatro cosas: los fideos, las estrellitas, los macarrones con tomate y el arroz blanco. De esa comida no les saques”. Los niños están muy marcados por una rutina, “si no comen al final es por algo, por que han desayunado más tarde o simplemente porque no les apetece comer”, insiste la trabajadora.
Este centro infantil una vez al mes prepara un menú diferente, como puré. Ese día casi nadie come, pero por eso cuentan con un segundo plato, que saben que va a gustarles. Ferrando expresa que hay que obligar, en cierta manera, a que prueben la comida pero siempre con buen trato, poniendo la comida en su boca; ahí se dan cuenta de si está bueno y se lo comen o está malo y no se lo comen. La educadora confiesa que “muchas veces le han escupido, pero ella nunca se enfadaría con el niño; muchas veces pierdes la paciencia y les gritas, pero en mi vida me atrevería a ponerle la mano a un niño”.
SECUELAS DEL MALTRATO EN LA INFANCIA
Los efectos del maltrato infantil van más allá de la simple retirada de la agresora. Muchos de estos niños, que se encuentran entre unos meses y tres años de edad, todavía no han desarrollado el lenguaje necesario para expresar lo que han vivido, aunque sus cuerpos y mentes sí retienen ese impacto. El maltrato durante la primera infancia puede causar traumas que afectan de manera significativa su desarrollo emocional, social y cognitivo. Esto influye en cómo establecen relaciones afectivas, así como en su autoestima y su capacidad para gestionar el miedo.
En este caso, algunas familias han observado que sus hijos han experimentado trastornos en el sueño, evitan el contacto físico y lloran involuntariamente al acercarse a la escuela de Torrejón. Estas señales a menudo se pasan por alto o se interpretan como simples «berrinches», lo que resalta un problema serio: la infancia no siempre tiene la capacidad de defenderse, por lo que necesita la intervención de adultos que puedan proteger sus intereses.
Lo ocurrido en Torrejón revela las deficiencias de algunos sistemas de supervisión en el ámbito educativo infantil. ¿Qué tipo de control real se ejerce sobre las actividades cotidianas en las aulas? No es suficiente con poseer un título; la educación infantil requiere habilidades emocionales, dedicación, paciencia y, ante todo, un firme compromiso ético.