La llegada a la cuarta década de la vida trae consigo cambios significativos en nuestro organismo que no podemos ignorar. El ejercicio adecuado se convierte en un aliado fundamental para mantener la movilidad y prevenir dolencias articulares que suelen aparecer con el paso del tiempo. Con la edad, nuestras articulaciones comienzan a experimentar un desgaste natural que, sin la atención necesaria, puede derivar en problemas más serios que afecten nuestra calidad de vida.
Los especialistas coinciden en que, contrario a lo que muchos piensan, no todos los tipos de actividad física resultan beneficiosos una vez superada la barrera de los 40 años. Algunos ejercicios de impacto controlado y entrenamiento de fuerza pueden ser extraordinariamente beneficiosos para la salud articular y ósea, siempre que se realicen con la técnica adecuada y bajo la supervisión de profesionales, especialmente si nunca se ha practicado deporte con regularidad o se padece alguna patología previa.
1LA PÉRDIDA DE MASA ÓSEA: EL ENEMIGO SILENCIOSO TRAS LOS 40
A partir de los 40 años, nuestro cuerpo experimenta una reducción progresiva de la densidad ósea que puede pasar desapercibida hasta que aparecen los primeros síntomas. El ejercicio regular con componentes de impacto controlado estimula la regeneración del tejido óseo y fortalece las estructuras que dan soporte a nuestras articulaciones. Los estudios científicos más recientes han demostrado que la actividad física adaptada no solo frena la pérdida mineral ósea asociada a la edad, sino que puede revertir parcialmente procesos degenerativos ya iniciados.
La sarcopenia o pérdida de masa muscular es otro factor determinante que afecta directamente a la salud articular y comienza a manifestarse de forma notable en esta etapa vital. Incorporar ejercicios de fuerza dos o tres veces por semana resulta esencial para contrarrestar este fenómeno y proporcionar el soporte necesario a nuestras articulaciones. La disminución del tejido muscular no solo afecta a nuestra apariencia física sino también a la estabilidad y funcionamiento correcto del sistema locomotor, aumentando el riesgo de lesiones y caídas que pueden resultar más graves con el paso de los años.