El volante entre las manos, la vista al frente y los cinco sentidos puestos en la carretera. Esa es la teoría que todos conocemos, la cantinela que nos repiten desde la autoescuela, pero que, admitámoslo, se nos olvida con una facilidad pasmosa en cuanto suena una notificación en el bolsillo. Y es precisamente ahí donde la DGT ha puesto el foco una vez más, alertando sobre las consecuencias cada vez más severas de sucumbir a la tentación del teléfono móvil mientras conducimos, una imprudencia que va mucho más allá de una simple multa económica y que puede costarnos muy caro, no solo en el bolsillo, sino en nuestra seguridad y la de los demás.
La realidad es tozuda y las cifras no mienten, las distracciones son una de las principales causas de siniestralidad en nuestras carreteras, y el móvil se ha convertido en el rey indiscutible de esas distracciones. No hablamos ya de la llamada imprevista que atendemos con el manos libres, que también tiene su miga en cuanto a merma de atención, sino de ese gesto, casi inconsciente para muchos, de agarrar el terminal para leer un mensaje, mirar quién llama o simplemente sostenerlo mientras hablamos, como si el coche fuera una extensión de nuestro salón. Un gesto que la Dirección General de Tráfico considera de alto riesgo y que, desde la última reforma de la Ley de Tráfico, tiene una de las sanciones más duras en cuanto a pérdida de puntos se refiere.
4¿POR QUÉ NOS LA JUGAMOS? LA PSICOLOGÍA DETRÁS DEL MÓVIL AL VOLANTE

Resulta desconcertante que, a pesar de las advertencias, las sanciones y la evidencia del peligro, tantos conductores sigan utilizando el móvil de forma indebida al volante. Detrás de esta conducta hay una mezcla compleja de factores psicológicos y sociales, entre los que destacan la falsa sensación de urgencia que generan las notificaciones constantes y la normalización del uso del teléfono en cualquier contexto. Vivimos en una sociedad hiperconectada donde parece existir una presión implícita para estar siempre disponibles, incluso cuando estamos realizando una tarea tan incompatible con ello como es conducir.
Otro factor clave es la sobreestimación de nuestras propias capacidades y la subestimación del riesgo, un sesgo cognitivo conocido como «optimismo ilusorio». Muchos conductores creen que controlan la situación, que a ellos no les va a pasar nada porque son hábiles al volante o porque solo es «un segundito». Esta percepción errónea, unida a la fuerza del hábito y a la dependencia que genera el propio dispositivo, crea un caldo de cultivo perfecto para que la imprudencia se repita una y otra vez, a pesar de las posibles consecuencias y de los esfuerzos de la DGT por evitarlo. La DGT insiste en que la única tasa segura de distracción es cero.