Vivimos tiempos acelerados, donde la promesa de un impulso instantáneo resulta casi irresistible para muchos. La OMS lleva tiempo observando con preocupación el auge de ciertos productos que ofrecen precisamente eso, energía rápida y sin aparente esfuerzo, pero a un coste que no siempre figura en la etiqueta. Estas bebidas, omnipresentes en supermercados y consumidas a menudo por los más jóvenes, se han convertido en una muleta cotidiana para sortear el cansancio o prolongar la vigilia, ignorando las señales que nuestro propio cuerpo nos envía sabiamente cuando pide descanso o una nutrición adecuada. La cultura de la inmediatez encuentra en ellas un aliado peligroso.
El último toque de atención procedente de Ginebra no hace sino confirmar las sospechas que flotaban en el ambiente sanitario desde hace años respecto a estos ‘chutes’ embotellados. No se trata ya de simples advertencias genéricas, sino de una señalización más directa sobre la combinación explosiva de cafeína y azúcares en cantidades desorbitadas, que puede desestabilizar el delicado equilibrio de nuestro sistema cardiovascular. La popularidad de estas bebidas contrasta peligrosamente con el desconocimiento generalizado sobre sus potenciales efectos adversos a medio y largo plazo, especialmente cuando su consumo se convierte en un hábito frecuente en lugar de una excepción muy puntual. Urge una reflexión colectiva sobre qué estamos dispuestos a sacrificar por un rendimiento artificialmente sostenido.
5LA VOZ DE LA OMS: MÁS ALLÁ DEL ‘SUBIDÓN’ PASAJERO

La preocupación de la OMS no es nueva ni aislada, pero las alertas se intensifican a medida que el consumo de estas bebidas energéticas se normaliza y expande, especialmente entre adolescentes y adultos jóvenes, un grupo demográfico particularmente vulnerable a las modas y al marketing. El marketing agresivo, a menudo asociado a deportes extremos, videojuegos, éxito académico o a un rendimiento laboral superior, crea una percepción engañosa de seguridad y eficacia que choca frontalmente con la evidencia científica acumulada sobre sus riesgos, particularmente los cardiovasculares y metabólicos. Es fundamental desmontar estos mitos y promover un consumo informado y responsable, si es que se decide consumir.
Las recomendaciones de la OMS y otras autoridades sanitarias apuntan hacia una mayor regulación de la publicidad y venta de estos productos, especialmente la dirigida a menores de edad, así como a una mejor y más clara información al consumidor en el etiquetado sobre el contenido de cafeína, azúcar y otros estimulantes, y sus potenciales riesgos.
No se trata de demonizar un producto concreto de forma indiscriminada, sino de entender que el ‘chute’ energético tiene un precio potencial para la salud, y que la salud cardiovascular y metabólica no debería ser la moneda de cambio habitual para afrontar las exigencias y el ritmo de la vida moderna. Escuchar estas advertencias de organismos como la OMS es una cuestión de responsabilidad individual y también de salud pública colectiva.