Cuando nos sentamos a disfrutar de un buen plato de pescado, rara vez pensamos en lo que realmente estamos llevando a nuestro organismo más allá de las proteínas y ácidos grasos omega-3. El pescado suele presentarse como uno de los alimentos más saludables de nuestra dieta mediterránea, pero no todas las especies acuáticas que llegan a nuestra mesa tienen el mismo perfil nutricional ni los mismos riesgos. Algunos ejemplares, especialmente los de gran tamaño y depredadores, pueden acumular niveles preocupantes de mercurio, un metal pesado con graves consecuencias para la salud humana.
La contaminación de los océanos es una realidad innegable que afecta directamente a nuestra cadena alimentaria. Con cada año que pasa, los niveles de mercurio y otros metales pesados aumentan en los mares, y estos contaminantes no desaparecen, sino que se acumulan en los tejidos de los peces que posteriormente consumimos. No es un tema baladí ni alarmista, sino una preocupación científicamente respaldada por numerosos estudios internacionales que alertan sobre esta problemática cada vez más evidente en determinados tipos de pescado que consumimos con relativa frecuencia.
1LA TRAMPA INVISIBLE: CÓMO EL MERCURIO LLEGA A NUESTROS PLATOS
El mercurio es un elemento que se encuentra de forma natural en la corteza terrestre, pero su presencia en los océanos se ha incrementado notablemente debido a la actividad humana. Las emisiones industriales, la minería y la quema de combustibles fósiles liberan grandes cantidades de este metal a la atmósfera, que posteriormente se deposita en los mares y ríos a través de las precipitaciones y escorrentías. Una vez en el agua, bacterias específicas transforman el mercurio en metilmercurio, una forma orgánica mucho más tóxica y absorbible por los organismos vivos.
La cadena alimentaria marina funciona como un perfecto sistema de acumulación progresiva. Los pequeños organismos absorben pequeñas cantidades de metilmercurio, estos son devorados por peces de tamaño medio, y así sucesivamente hasta llegar a los grandes depredadores. Este proceso, conocido como biomagnificación, hace que los niveles de mercurio se multipliquen exponencialmente. Por tanto, cuanto más grande y longevo sea el pescado que consumimos, mayor probabilidad de que contenga concentraciones elevadas de este peligroso metal. Es un círculo vicioso que afecta directamente a nuestra mesa cuando optamos por determinadas especies de pescado sin conocer su procedencia o nivel de contaminación.