A casi todo el mundo le ha pasado alguna vez: grabas una nota de voz rápida para enviarla por WhatsApp, te la pones para comprobar que se entiende bien antes de darle a enviar y… ¡horror! Esa voz que escuchas no parece la tuya, suena extraña, incluso ridícula, provocando una inmediata sensación de vergüenza ajena. Es un fenómeno universal, casi cómico si no fuera porque nos afecta directamente a nuestra autoimagen, y lo curioso es que no se trata de una simple manía o una percepción subjetiva exagerada; la ciencia tiene una explicación bastante clara y fascinante sobre por qué ese audio grabado nos resulta tan desconcertante y ajeno a cómo creemos sonar realmente en nuestra cabeza.
Esta disonancia acústica, esa brecha entre la voz que oímos al hablar y la que queda registrada en un dispositivo, tiene su origen en la física más básica de cómo percibimos el sonido, específicamente el nuestro. No es que el móvil o la grabadora conspiren para distorsionar nuestra voz y hacernos quedar mal, sino que experimentamos nuestro propio sonido a través de dos canales distintos simultáneamente, mientras que la grabación solo captura uno de ellos. Comprender esta diferencia, la que existe entre la conducción ósea y la conducción aérea del sonido, es la clave para entender por qué ese yo grabado nos produce tanto rechazo y por qué, en realidad, esa versión es mucho más cercana a cómo nos escuchan los demás.
2LA CRUDA REALIDAD DEL MICRÓFONO: TU VOZ POR EL AIRE

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando grabamos nuestra voz? Un micrófono, ya sea el de un teléfono móvil, un ordenador o una grabadora profesional, funciona de manera muy distinta a nuestro sistema auditivo interno. Su tarea es capturar las ondas sonoras tal y como viajan por el aire, es decir, recoge exclusivamente la conducción aérea del sonido. Este es el mismo sonido que perciben las personas que nos escuchan hablar, el que sale de nuestra boca y se propaga por el entorno hasta llegar a sus oídos o al diafragma del micrófono, sin pasar por el filtro interno de nuestros huesos craneales.
El resultado de esta captura exclusivamente aérea es una versión de nuestra voz despojada de esa resonancia interna y de ese refuerzo de graves que nos proporciona la conducción ósea. Lo que el audio grabado nos devuelve es una imagen sonora más «delgada», a menudo percibida como más aguda, más nasal o simplemente más débil de lo que esperamos. No es que la grabación sea de mala calidad o que el dispositivo mienta, sino que presenta una versión objetiva, externa, de nuestra voz, la misma que, para bien o para mal, es la que realmente proyectamos al mundo exterior y la que los demás identifican como nuestra.