Nuestras cocinas son, para muchos, el corazón del hogar, un espacio asociado al confort, a la familia y, por supuesto, al buen comer. En ellas manejamos a diario ingredientes que consideramos básicos, casi inofensivos, pilares de nuestra gastronomía mediterránea tan apreciada. Sin embargo, entre esos elementos cotidianos se esconde un adversario sigiloso, uno que, según la OMS, representa una amenaza directa y creciente para nuestra salud cardiovascular, actuando sin hacer ruido hasta que a menudo es demasiado tarde: la sal, o más precisamente, el sodio que contiene.
Este condimento universal, presente en prácticamente cualquier plato salado que podamos imaginar, desde un guiso tradicional hasta la ensalada más sencilla, esconde tras su capacidad para realzar sabores una relación directa con uno de los problemas de salud pública más acuciantes de nuestro tiempo: la hipertensión arterial. La alerta lanzada por la OMS no es nueva, pero cobra cada día más relevancia ante las cifras crecientes de enfermedades del corazón y accidentes cerebrovasculares en todo el mundo. Comprender cómo este ingrediente común se convierte en un riesgo es el primer paso para proteger nuestro órgano más vital.
2LA PRESIÓN SILENCIOSA: ASÍ AFECTA EL SODIO A TUS ARTERIAS

El mecanismo por el cual el exceso de sodio daña nuestro sistema cardiovascular es relativamente sencillo pero implacable. Cuando ingerimos más sodio del que nuestro cuerpo necesita, los riñones, encargados de filtrar la sangre y mantener el equilibrio de fluidos y minerales, tienen dificultades para eliminarlo por completo. Para diluir ese exceso de sodio en el torrente sanguíneo, el cuerpo retiene más agua, lo que aumenta el volumen total de sangre circulante; este incremento de volumen ejerce una presión mayor sobre las paredes de las arterias, obligando al corazón a trabajar más para bombear la sangre a través de ellas.
Esta situación, mantenida en el tiempo, conduce a la hipertensión arterial, una condición que a menudo no presenta síntomas evidentes en sus etapas iniciales, ganándose el apelativo de «asesino silencioso». La presión arterial elevada de forma crónica daña progresivamente las arterias, volviéndolas más rígidas y estrechas (arteriosclerosis), lo que dificulta aún más el flujo sanguíneo y aumenta exponencialmente el riesgo de sufrir eventos cardiovasculares graves, como infartos de miocardio, insuficiencia cardíaca, accidentes cerebrovasculares (ictus) e incluso daño renal crónico. La OMS identifica la hipertensión como el principal factor de riesgo de mortalidad a nivel mundial.