lunes, 31 marzo 2025

Cerveza y vino sin alcohol, ojo con estos ingredientes que también importan

El mercado de bebidas sin alcohol ha experimentado un crecimiento exponencial en los últimos años, transformando lo que antes era una opción marginal en una auténtica tendencia de consumo. La cerveza sin alcohol lidera este cambio de paradigma en España, donde su consumo se ha duplicado en apenas una década, convirtiéndose en la alternativa preferida para quienes buscan disfrutar del sabor sin los efectos del etanol. Este fenómeno responde a un cambio social profundo, donde la preocupación por la salud y el bienestar ha modificado nuestros patrones de consumo tradicionales.

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No obstante, tras este boom saludable se esconden algunas realidades poco conocidas que merecen nuestra atención. Mientras las etiquetas destacan la ausencia de alcohol como principal reclamo, otros ingredientes presentes en estas bebidas pasan desapercibidos para el consumidor medio. El azúcar añadido, los conservantes y ciertos aditivos conforman esa letra pequeña que rara vez leemos, pero que puede tener un impacto significativo en nuestra salud. La popularidad de estas alternativas ha crecido a tal velocidad que la información sobre su composición no siempre ha acompañado ese ritmo vertiginoso de crecimiento en los lineales de supermercados y bares de toda España.

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PROCESO DE ELABORACIÓN: LA CIENCIA DETRÁS DE LA DESALCOHOLIZACIÓN

Fuente Freepik

Pocos consumidores conocen realmente cómo se elaboran estas bebidas, un proceso que difiere sustancialmente según el método empleado y que impacta directamente en el producto final. En el caso de la cerveza sin alcohol, existen principalmente dos técnicas: la fermentación controlada y la desalcoholización posterior. La primera consiste en interrumpir la fermentación antes de que se genere una cantidad significativa de alcohol, mientras que la segunda implica elaborar primero una cerveza convencional para luego eliminar el etanol mediante procesos físicos. Cada método conlleva ventajas e inconvenientes que afectan no solo al contenido alcohólico final sino también al perfil organoléptico que percibimos al degustarla.

El vino sin alcohol, por su parte, presenta mayores desafíos técnicos debido a la complejidad de sus compuestos aromáticos. Los procedimientos más habituales incluyen la ósmosis inversa y la destilación al vacío, tecnologías que permiten separar el alcohol manteniendo parte de las características originales. Sin embargo, estos procesos industriales conllevan la adición de diversos componentes para compensar la pérdida de cuerpo y sabor. Conservantes, estabilizantes y, en algunos casos, azúcares añadidos se incorporan a la fórmula final para lograr un producto comercialmente viable. No es casualidad que muchos sumilleres cuestionen si estos productos pueden seguir considerándose vinos en sentido estricto o deberían clasificarse como bebidas inspiradas en vino.

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