Miles de conductores madrileños y visitantes experimentan a diario la desagradable sorpresa de recibir una multa en su domicilio semanas después de circular por las principales vías de la capital. El radar ubicado en el kilómetro 20,2 de la A-4 se ha convertido en el dispositivo de control de velocidad más implacable de toda España, batiendo récords de sanciones mes tras mes y generando importantes ingresos para las arcas públicas. Su estratégica ubicación cerca de Mercamadrid, en una zona de intenso tráfico comercial y particular, ha transformado este punto en una auténtica pesadilla para los conductores que, muchas veces ajenos a su existencia, superan los límites permitidos.
Las cifras resultan verdaderamente impactantes cuando se analizan en detalle y explican por qué este dispositivo se ha ganado a pulso su inquietante reputación. Con más de 300 multas diarias de media, este radar madrileño representa un caso único en el panorama nacional de seguridad vial, superando ampliamente a los dispositivos instalados en otras grandes urbes como Barcelona, Valencia o Sevilla. Los datos oficiales confirman que su recaudación anual supera los siete millones de euros, una cantidad que ha despertado el debate sobre la verdadera finalidad de estos mecanismos de control: ¿estamos ante un instrumento para mejorar la seguridad vial o simplemente frente a una eficaz herramienta recaudatoria ubicada estratégicamente para maximizar las sanciones?
5EL DEBATE ABIERTO: ¿SEGURIDAD VIAL O MÁQUINA RECAUDATORIA?

La contundente eficacia sancionadora de este radar ha intensificado el debate social sobre el verdadero propósito de estos dispositivos en las carreteras españolas. Desde las administraciones públicas y la Dirección General de Tráfico se defiende su instalación argumentando que el objetivo primordial es reducir la siniestralidad y promover conductas responsables al volante, presentando estadísticas que muestran una reducción significativa de los accidentes graves en los tramos vigilados por estos sistemas automatizados. En el caso concreto del radar de Mercamadrid, las autoridades señalan que los accidentes con víctimas se han reducido aproximadamente un 40% desde su instalación, dato que justificaría su presencia independientemente del número de sanciones impuestas.
En el extremo opuesto se sitúan diversas asociaciones de conductores y expertos independientes que cuestionan los criterios utilizados para determinar la ubicación de estos dispositivos. Estos colectivos argumentan que si el objetivo real fuera la seguridad, los radares se instalarían prioritariamente en los llamados «puntos negros», tramos con alta concentración de accidentes graves donde la vigilancia tecnológica podría tener un impacto realmente positivo en términos de prevención. Sin embargo, denuncian que muchos de los radares más activos, como el de Mercamadrid, se sitúan en zonas donde resulta relativamente fácil captar infracciones menores pero que no necesariamente presentan índices de siniestralidad preocupantes, evidenciando un enfoque más orientado a la recaudación que a la seguridad.
El debate trasciende el ámbito puramente técnico para adentrarse en consideraciones éticas sobre el papel de la tecnología en la vigilancia vial. Mientras algunos sectores defienden que la sanción económica es la única manera efectiva de modificar comportamientos arraigados, otros abogan por un enfoque más educativo y preventivo, proponiendo alternativas como la instalación de paneles informativos que muestren en tiempo real la velocidad de cada vehículo sin necesariamente imponer una multa, fomentando así la autoregulación. En el caso específico del radar de Mercamadrid, algunas voces proponen soluciones intermedias como mejorar la señalización previa, ampliar la zona de transición entre diferentes límites de velocidad o establecer un periodo de adaptación con sanciones reducidas para infracciones leves, medidas que mantendrían el efecto disuasorio sin generar la percepción ciudadana de estar ante un dispositivo diseñado primordialmente para recaudar.