A los 24 empieza la jubilación de esta parte del cuerpo y no hay marcha atrás

El cuerpo humano, una máquina de extraordinaria precisión, experimenta una serie de cambios a lo largo de la vida, muchos de ellos imperceptibles a simple vista. Uno de los procesos más relevantes, aunque a menudo ignorado, es el relacionado con la masa ósea, la cual alcanza su punto máximo de desarrollo en torno a los 24 años de edad. A partir de ese momento, se inicia un declive gradual que, si no se toman las medidas adecuadas, puede acarrear consecuencias negativas en la edad adulta. Comprender este proceso es fundamental para preservar la salud y la fortaleza de nuestros huesos.

El concepto de «jubilación» aplicado a una parte del cuerpo, como la masa ósea, puede parecer inusual, pero refleja la realidad de un proceso biológico inevitable. Tras alcanzar su punto máximo, la densidad ósea comienza a disminuir de forma natural, aunque la velocidad de este declive varía de persona a persona. Este proceso, que no siempre se manifiesta con síntomas evidentes, puede derivar en enfermedades como la osteoporosis, que aumenta el riesgo de fracturas y otras complicaciones. Por ello, tomar conciencia de la importancia de la masa ósea desde una edad temprana es crucial para garantizar una vejez saludable.

La idea de que a los 24 años empieza la jubilación de esta parte del cuerpo y no hay marcha atrás (masa ósea), pone de manifiesto la necesidad de adoptar hábitos saludables que contribuyan a mantener la densidad ósea y a prevenir su deterioro. Esta realidad, aunque pueda sonar alarmante, es una llamada a la acción para que seamos conscientes de la importancia de cuidar nuestros huesos desde la juventud. A través de la alimentación, el ejercicio y otros hábitos saludables, podemos influir positivamente en la salud de nuestros huesos y prevenir complicaciones en el futuro.

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FACTORES QUE INFLUYEN EN LA MASA ÓSEA

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Diversos factores influyen en la masa ósea, tanto de manera positiva como negativa. La genética, sin duda, juega un papel importante, ya que algunas personas tienen una mayor predisposición a desarrollar una densidad ósea más baja que otras. Sin embargo, la genética no es el único factor determinante, ya que también influyen nuestros hábitos de vida y la alimentación. Mantener un equilibrio en todos estos factores es importante para asegurar una salud ósea óptima.

La alimentación juega un papel fundamental en la salud de nuestros huesos. El consumo adecuado de calcio, vitamina D y otros nutrientes esenciales contribuye a mantener una buena densidad ósea. Los lácteos, las verduras de hoja verde, los frutos secos y el pescado son fuentes ricas en estos nutrientes. Es importante asegurar una ingesta adecuada de estos alimentos a lo largo de toda la vida, especialmente durante la infancia y la adolescencia, etapas en las que se está construyendo la masa ósea. Una alimentación variada y equilibrada es un factor clave para la salud de nuestros huesos.

El ejercicio físico, en especial aquel que implica cargar peso, es fundamental para estimular la formación de hueso y mantener una buena densidad ósea. Actividades como caminar, correr, levantar pesas o practicar deportes de impacto, contribuyen a fortalecer nuestros huesos y a prevenir su deterioro. Es importante destacar que el ejercicio físico debe ser regular y adaptado a nuestras capacidades, y siempre supervisado por un profesional cualificado. La inactividad física, por el contrario, puede tener un efecto negativo sobre la salud de nuestros huesos.