Los dos rituales que libran a tu coche de la ITV

La normativa española esconde un tesoro jurídico para los amantes del motor: aquellos vehículos clasificados como históricos con antigüedad superior a sesenta años desde su fabricación o primera matriculación, así como los ciclomotores clasificados como históricos con independencia de su antigüedad, quedarán exentos de someterse a la inspección técnica de vehículos. Esta excepción no es un capricho legislativo, sino un reconocimiento al valor patrimonial de automóviles y motocicletas que han sobrevivido al paso del tiempo. Para muchos, supone una liberación de los rigores anuales de la ITV, pero también implica una responsabilidad: mantener viva la esencia de máquinas que son, en sí mismas, fragmentos de historia rodante.

La clave reside en la categorización como «vehículo histórico», un sello que trasciende lo meramente administrativo. No se trata solo de eludir una revisión técnica, sino de preservar un legado industrial y cultural que define épocas y avances tecnológicos. España, con su creciente comunidad de coleccionistas, ha ido adaptando sus normativas para equilibrar seguridad vial y conservación. Sin embargo, el proceso para obtener esta clasificación no está exento de requisitos burocráticos y criterios estrictos, lo que convierte la exención de la ITV en un privilegio reservado a quienes demuestran un compromiso auténtico con la conservación.

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IMPLICACIONES PRÁCTICAS: VENTAJAS Y DEBERES DE LOS PROPIETARIOS

La principal ventaja de la exención es evidente: eliminar la obligación de pasar la ITV, un trámite que para vehículos antiguos suele implicar reparaciones costosas y frecuentes. Sin embargo, esta libertad conlleva una paradoja: los históricos suelen circular menos de 1.000 kilómetros al año, reduciendo así su impacto en la seguridad vial. Además, su uso restringido a eventos o exhibiciones minimiza los riesgos asociados a posibles fallos mecánicos.

Pero no todo son beneficios. La catalogación como histórico impide modificar el vehículo sin autorización expresa de la DGT, lo que limita personalizaciones o mejoras técnicas. Cambiar el color original, instalar sistemas de sonido modernos o incluso renovar el tapizado con materiales no contemporáneos pueden suponer la pérdida del estatus. Para muchos puristas, esto es un precio justo; para otros, una restricción que choca con su visión del automovilismo.

El mercado secundario refleja el valor añadido de esta exención. Un Seat 600 común puede valer 5.000 euros, pero si está catalogado como histórico, su precio se dispara hasta los 15.000 euros o más. Este incremento no solo responde a la ausencia de ITV, sino al prestigio de pertenecer a un club selecto de vehículos reconocidos como patrimonio. Así, la decisión de buscar la catalogación trasciende lo sentimental: es también una inversión estratégica en un bien escaso y apreciado.

La normativa, en definitiva, teje un equilibrio entre preservación y pragmatismo. Mientras los vehículos históricos siguen rodando, su exención de la ITV asegura que las generaciones futuras podrán admirar, y quizá conducir, máquinas que hoy son testigos silenciosos de nuestro pasado industrial. Un legado que, gracias a estos dos rituales legales, sigue vivo en el asfalto.

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