La tragedia, la tensión y momentos dramáticos son la tónica en Valencia doce días de la peor DANA del siglo. La descoordinación de todos los servicios, la falta de control para enviar voluntarios a las zonas donde realmente se necesitan y no para limpiar centros comerciales y cientos de personas que se dedican a mandar y dar órdenes contrarias a otras autoridades que también se dedican a enviar cuadrillas de voluntarios ha generado un caos en plena ayuda para limpiar los 75 municipios devastados por una riada que no fue avisada a la población.
Cabe destacar que Valencia cuenta con un plan de Emergencias desde hace 21 años para evitar muertes en casos graves de inundación y con planes de laminación de la avenida del barranco desde 2003. Pero ni el plan se activó ni la inversión en la infraestructura se previó ni, por tanto, se ejecutó.
La Confederación Hidrográfica del Júcar tampoco avisó a la población ni a tiempo a la Generalitat, con un último correo a las 18.43 horas, cuando el caudalímetro del barranco del Poyo alcanzaba cuatro veces el del Ebro y el doble que el del Tajo en sus respectivas desembocaduras.
LAS BARRICADAS DE ESCOMBROS AÚN PERMANECEN
Con más de 200 muertos solo en la zona de Valencia, sin olvidar a los fallecidos en Letur (Albacete), Mira (Cuenca) y en Málaga, las zonas anegadas por el desbordamiento de los ríos Turia y Magro, así como por la rotura del canal Júcar-Segura en al menos dos tramos, tal y como aseguran dos fuentes conocedoras del terreno, junto con la riada del barranco del Poyo y al menos otros dos más, el caos se mantiene. Muestra de ello es lo ocurrido en Catarroja y Paiporta durante esta semana. «Llegan los voluntarios, aparece la maquinaria pesada del Ejército y ya hay lío en la calle», apunta un vecino y corroboran fuentes militares.
Todos tienen su parte de razón, todos tratan de llegar a una solución, pero no hay ni orden ni concierto. «Los militares no entran si no se van los voluntarios», apuntan fuentes policiales, que trata de desalojar a los voluntarios de buena forma, más cuando han venido desde el inicio de todos los rincones de España. «Sacarles es difícil y está muy mal visto por ellos mismos. No les falta razón: fueron los primeros en llegar», destacan.
LA TENSIÓN ENTRE VOLUNTARIOS POR LA FALTA DE DIRECTRICES CLARAS
Pero el Ejército se mueve por disciplina, siguiendo órdenes e incluso horarios. «Los zapadores no podemos entrar con la maquinaria pesada si están los voluntarios», destacan las fuentes consultadas. El problema no es solo la falta de espacio, sino también por el riesgo de derrumbe en los edificios por los efectos de la riada y algunas montañas de escombros, algunas de ellas con una altura superior a los dos metros. Y es que, a pesar de la grandísima ayuda brindada por los voluntarios, dos manos y una pala no pueden sustituir el esfuerzo de una retroexcavadora o de una pala mecanizada, que puede llegar a coger decenas de kilos en un solo movimiento y sin apenas esfuerzo.
Los voluntarios no esconden su enfado con los militares, más cuando aún hay calles en Paiporta sin que haya pasado ni una sola máquina y los enseres y coches taponan aún las salidas de los portales. «. Los militares, por su parte, son conscientes de esa situación, pero van organizados, calle a calle para evitar taponamientos.
LOS MILITARES Y EL RIESGO DE DERRUMBE
Y es que, sacar 30 coches por una calle supone paralizar cruces de otras que están disponibles para el tráfico. «Hay que mantener corredores libres para el paso de emergencias y vamos contra reloj», destacan. Estos mismos militares admiten en privado que debieron estar desde el primer día, pero tenían orden de permanecer en los regimientos bajo pena de sanciones.
Los servicios de rescate locales, guardias civiles y policías locales se activaron ese mismo día para ayudar a los ahora damnificados, pero no tuvieron ayuda del Ejército, ni de la Guardia Civil ni de la Policía Nacional como instituciones, mientras héroes anónimos trataron de ayudar a los vecinos, ancianos y niños en peligro.
En algunas zonas llegó antes la ayuda de un grupo de bomberos voluntarios de Francia antes de que llegara cualquier agente de la Policía Nacional, Guardia Civil o del Ejército, una situación que se ha puesto de manifiesto en el Parlamento del país vecino tras el rechazo del ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, a la ayuda de 250 miembros del cuerpo de bomberos expertos en rescate.
Asimismo, el enfado de los voluntarios, centrados en las tareas de logística, limpieza, cuidado de mayores y niños, también se hace palpable cuando se les prohíbe la entrada a diversos municipios, como en Catarroja e incluso Paiporta, pero aún así siguen llegando al encontrar otros caminos y dar rodeos para continuar con su ayuda. Algunos de ellos lo han llegado a hacer con su coche particular, pero las autoridades han cortado las vías de acceso, dejando únicamente tres puntos de entrada. El riesgo de dejar el vehículo en una zona a las afueras de la zona afectada puede conllevar multas, como se han impuesto en algunos municipios.
LA FALTA DE LIDERAZGO
Todo ello tiene como fin la obligación de registrarse oficialmente como voluntario en la web de la Generalitat. Desde allí se les asigna una tarea concreta para hacer durante el día, evitando el atasco de personal. «Ayuda sí, pero con cabeza y en coordinación», apuntan los militares y policías consultados. El problema es que la falta de liderazgo en esta tarea es más que manifiesta y las peleas y gritos están a la orden del día, hasta que alguien pide calma y maneja la situación con mano izquierda. Estas tensiones son fruto de la impotencia, del dolor, del cansancio, de la frustración.
El día del caos los agentes de la Policía Nacional estaban atados de pies y manos, como los militares y guardias civiles, a los que se les amenazó con sanciones si abandonaban los cuarteles o acudían vestidos de uniforme a ayudar. No hubo orden en los acuartelamientos ni regimientos, no hubo ayuda de la UIP de la Policía Nacional, los bomberos no estaban movilizados en Valencia, como se demostraron con las manos atadas simbólicamente en Manises, a pesar de ser una de las zonas afectadas. La mayoría de onegés tampoco movió a los suyos con la excusa de que tenían que estar organizados para poder prestar ayuda.
Ese día no se movilizó al Ejército, tampoco a toda la Unidad Militar de Emergencias, que fue enviada a socorrer en Utiel, a más de 100 km de Valencia capital, cuya área metropolitana por el lado sur estaba siendo devastada por el agua, como el resto de pueblos de la Ribera Norte y Ribera Sur, desde Chiva a Manises y toda la parte sur superando la A-3.
Todos los que tenían el deber de ayudar se quedaron sin hacer nada, mientras miles de valencianos, de voluntarios venidos de todos los puntos de España, bomberos, policías locales y autonómicos de Madrid, Andalucía, Cataluña y País Vasco, como miembros a título personal de los Mossos y de la Ertzaintza, así como de Baleares, entre otros, llegaron antes que cualquier agente de élite de la Guardia Civil, de la Policía Nacional y del Ejército.