El pollo al ajillo es un plato tradicional que ha pasado de generación en generación, destacándose por su sencillez y delicioso sabor. Con raíces en la cocina española, este plato combina el sabor del pollo con el aroma inconfundible del ajo. Aunque existen muchas variantes, el pollo al ajillo sigue siendo uno de los platos más solicitados en los hogares y restaurantes gracias a su irresistible combinación de ingredientes.
Preparar pollo al ajillo es un arte que, si se hace con dedicación, logra capturar el paladar de cualquier comensal. No solo se trata de dorar el pollo y añadir ajos, sino que pequeños detalles, como el tipo de corte del ajo o el momento de agregar el vino blanco, son los que marcan la diferencia. La clave de la receta de la abuela reside en estos trucos, que garantizan un sabor único y especial en cada bocado.
2Vino y caldo: los aliados perfectos del pollo al ajillo
Una vez dorado el pollo, entra en juego el vino blanco. Al añadirlo a la sartén, se disuelve la harina previamente incorporada, lo que ayuda a espesar la salsa y aporta una nota ácida que equilibra la grasa del pollo. El alcohol del vino se evapora rápidamente, dejando solo su esencia en el plato. El caldo de pollo, por otro lado, es el encargado de mantener la jugosidad de la carne y de amalgamar todos los sabores.
El uso de vino blanco y caldo no solo añade complejidad al pollo al ajillo, sino que también facilita que la salsa adquiera una textura sedosa. A medida que el pollo se cocina a fuego lento, estos líquidos se reducen, concentrando los sabores. Además, este método asegura que las piezas de pollo queden tiernas, sin perder su esencia. En los últimos minutos de cocción, el perejil picado se espolvorea sobre el pollo al ajillo, aportando frescura y color. Este toque final no solo embellece el plato, sino que también introduce un matiz herbal que complementa el ajo y el vino.
