La segunda entrega de «MasterChef 12» marcó un antes y un después en la historia del concurso, protagonizada por momentos que quedarán grabados en la memoria de espectadores y participantes. Jordi Cruz, uno de los pilares del jurado, se encontró en el centro de la atención al cocinar el plato que, según sus propias palabras, «le cambió la vida». En un giro inesperado, elogió una de las réplicas de los aspirantes, afirmando que se asemejaba notablemente a su emblemática creación, un comentario sin precedentes que dejó a todos, jueces y competidores, gratamente sorprendidos. La noche estuvo llena de emociones intensas, desde la sorpresa y admiración hasta la tristeza y el desconsuelo.
Sin embargo, no todas las noticias fueron positivas, ya que Adriana, una de las aspirantes, no logró cumplir con las expectativas durante el reto culinario. Su plato fue calificado como «no comestible» por los jueces, llevándola a ser la expulsada de la noche. Este desenlace provocó un impacto profundo entre sus compañeros, quienes no pudieron ocultar su perplejidad y tristeza, evidenciada en lágrimas y rostros desencajados. A pesar de estos momentos bajos, el episodio destacó por su singularidad, incluyendo retos como cocinar con color negro, un viaje culinario a Ubrique para cocinar por equipos, y la réplica de un gran plato, sumergiendo a los espectadores en una experiencia gastronómica única.
6Un desafío personal: el plato que cambió a Jordi Cruz
En una prueba de eliminación cargada de emociones y simbolismo, los concursantes de «MasterChef 12» se enfrentaron a un reto sin precedentes: replicar el plato que marcó un punto de inflexión en la vida profesional de Jordi Cruz. Este desafío no solo era una prueba de habilidades culinarias sino también una inmersión en la historia personal del chef, quien compartió con los aspirantes cómo, en momentos de dificultad, encontró en los concursos de cocina un camino hacia la realización personal y profesional.
El plato en cuestión, unos gnocchis transformados en lomos de bacalao acompañados de guisante lágrima con trufa negra y un aceite esencial, reflejaba no solo técnica sino también creatividad y pasión. El reto cobró una dimensión adicional al cocinar Jordi Cruz al lado de los participantes, quienes debían seguir los pasos de la receta sin la posibilidad de observar sus técnicas directamente. Esta metodología puso a prueba su capacidad de interpretación y ejecución basada en instrucciones verbales, resultando en un abanico de resultados.