El Grand Prix del Verano dejó una huella imborrable en toda una generación de niños. Una vez a la semana durante el verano, se reunían en la casa del pueblo, la casa de playa o en su propio hogar junto a sus padres, abuelos o hermanos para disfrutar del emocionante espectáculo. Dos pueblos competían como auténticos gladiadores en un concurso sencillo, sin complicaciones, pero sumamente entretenido y lleno de locuras. Este programa marcó momentos inolvidables y se convirtió en una tradición veraniega para muchos, dejando recuerdos felices y risas compartidas.