El científico valenciano Santiago Grisolía ha fallecido en la madrugada de este jueves a los 99 años en València. Considerado como una de las máximas autoridades internacionales de la bioquímica, se encontraba ingresado desde hacía unos días en un hospital valenciano tras un empeoramiento de su estado de salud y donde estaba siendo tratado de la Covid.
Finalmente, sobre las 6.30 horas de este jueves ha fallecido, seis meses antes de cumplir los 100 años el próximo enero. Nacido el 6 de enero de 1923 en València, en el Paseo de la Alameda, el científico valenciano, profundamente fascinado por el proyecto genoma humano, presidente del Consell Valencià de Cultura y organizador de los premios para la ciencia Rey Jaime I en 1989, ha publicado más de 400 trabajos científicos y ha impartido docencia en universidades de todo el mundo, en especial España y EEUU. Reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnicas en 1990, es desde 2014 Marqués de Grisolía.
La biografía de Grisolía se mueve desde distintos puntos de españa a EEUU, a donde se trasladó en 1945 y de donde regresó en la década de los 70. Su padre era director del Banco Banesto, de ahí sus continuos cambios de residencia familiares, que les llevaron a Dénia, Xàtiva, Almería, Lorca, Cuenca –donde le sorprende la Guerra Civil–, Madrid y, finalmente de nuevo, València.
Comenzó Medicina en Madrid, aunque su idea era ser marino de guerra, estudios que acabó en la Universitat de València. Según la biografía facilitada por la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados, de la que fue fundador, una de las personas que ejerció una influencia especial en su carrera fue José García Blanco, catedrático de Fisiología, del que fue discípulo y le empujó hacia su vocación de investigador.
Entre 1941 y 1944 acabó la carrera en València con matrícula de honor y sacó por oposición la plaza de interno en Bioquímica. A través del profesor García Blanco, que le planteó la posibilidad de viajar a EEUU y le hablaba sobre los Premios Nobel, fue como conoció el trabajo de Severo Ochoa, a quien le unió una fuerte amistad desde 1946, ya en América, y hasta la muerte del reputado científico en 1993.
Grisolía se inició en el mundo de la enzimología, que le sedujo rápidamente. En el Rockefeller Center le presentaron a Jordi Folch Pi, el primer profesor de Neuroquímica de Harvard, considerado como otro de los bioquímicos españoles que, junto a él, Ochoa, Juan Oró y Francisco Grande Covián dejaron huella en EEUU.
Su estancia en Nueva York le permitió participar en varios trabajos con el después Premio Nobel español, como el de la fijación de dióxido de carbono (CO2) en el ácido isocítrico. Sin embargo, Grisolía estaba más interesado en las nuevas tecnologías sobre marcadores isotópicos.
El propio Ochoa le impulsó a trasladarse a la Universidad de Chicago, donde el carbono 14 era un descubrimiento reciente. Allí se integró en el equipo de investigadores liderado por el profesor Earl Evans, del que formaba parte la doctora Birgit Venessland con la que consiguió demostrar, por primera vez y utilizando el carbono 14, la fijación del dióxido de carbono (CO2) en animales.
La experiencia fue publicada en el ‘Journal of Biological Chemistry’. Fue el primer trabajo del investigador valenciano que tuvo una gran resonancia en Estados Unidos. Tras ese éxito, Ochoa le sugirió que se trasladara a la Universidad de Wisconsin, en Madison, donde se gestaron los trabajos de investigación que le llevaron en pocos años a convertirse en una figura científica en el primer plano internacional.
En los seis años siguientes, Grisolía trabajó en el campo de las reacciones enzimáticas de la urea, una de las sustancias fundamentales que componen la orina, e hizo aportaciones fundamentales para el conocimiento de su biosíntesis.
El bioquímico alemán Hans Adolf Krebs había sentado las bases en 1932 del ciclo de la urea, lo que le dio el Premio Nobel aunque, como él mismo reconoció, faltaban muchas piezas del rompecabezas, entre ellas, la existencia de un compuesto intermediario que ejercía un papel decisivo en todo el proceso.
En un intervalo de dos meses, Grisolía logró las claves que publicó y, durante años, fue añadiendo información a sus hallazgos hasta llegar a completar el esquema del ciclo de esta sustancia. Sus trabajos obligaron incluso a revisar y modificar en 1948 los postulados por el Nobel Krebs.
De sus experimentos nacieron técnicas fundamentales para la biología, ya que con la biosíntesis de la citrulina se demostró por primera vez, que el ATP podía emplearse directamente para sintetizar otro aminoácido. Estos trabajos, entre 1947 y 1954, marcaron el principio de sus reconocimientos internacionales. Fue en este centro donde conoció a la que sería su esposa, la profesora asistente de la Facultad de Medicina en Madison, Frances Thompson, con la que tuvo dos hijos.
Tras un breve paso por España regresó a EEUU, donde pensaba que tenía más posibilidades de logra una cátedra. En 1954, investigaba en el campo de la bioquímica cardíaca cuando le llamaron de la Universidad de Kansas para que trabajara como enzimólogo en un laboratorio independiente con fondos privados, y donde fue nombrado profesor asociado y director del laboratorio. La experiencia en Kansas le consagró definitivamente como una de las máximas autoridades internacionales de la bioquímica.
Grisolía intentó regresar a España en varias ocasiones, pero no fue posible en ese momento. Sin embargo, en 1973 fue investido doctor honoris causa por la Universitat de València y, además, le nombraron ‘Coloso de Valencia’, donde decidió organizar una reunión científica internacional sobre el metabolismo de la urea, que trajo a la ciudad, en 1976, a casi todos los científicos mundiales que habían contribuido al conocimiento de su ciclo.
En 1977 pidió un año de excedencia en EEUU, a donde ya no regresó, para trabajar en el recién creado Instituto de Investigaciones Citolóficas de Valencia, que optó por reestructurar y orientar hacia la bioquímica y la biología molecular, y que se convirtió en uno de los principales centros españoles en su ámbito de investigación. Destacó sobre todo en áreas como las relacionadas con las bases moleculares de la patología hepática, las del envejecimiento, los efectos del alcohol en el ser humano o los mecanismos de recambio y transporte de proteínas.
Sin embargo, los descubrimientos que permitieron descifrar la estructura de la doble hélice del ácido desoxirribonucleico (ADN) y las claves del código genético fascinaron a Santiago Grisolía, quien siempre pensó que en esa estructura estaban las claves de la naturaleza humana.
Grisolía puso en contacto a premios Nobel, científicos norteamericanos y, con el apoyo de la UNESCO, se organizó en Valencia en octubre de 1988 la primera Conferencia Internacional para el Proyecto sobre el Genoma Humano, de repercusión sin precedentes.
Por primera vez, más de 200 científicos de todo el mundo, encabezados por numerosos Premios Nobel, se reunieron para discutir la puesta en marcha del proyecto más ambicioso de la historia de la biología: la elaboración del mapa completo del genoma humano.
Desde la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados, creada en 1978, promovió los premios Rey Jaime I en 1989, galardones para reconocer el trabajo científico, que en la actualidad cuentan con seis modalidades. En 34 años, han reconocido a 170 científicos y emprendedores, han destinado más de 12 millones de euros en premios y tienen a más de 400 personalidades en sus jurados, entre ellos, 65 Premios Nobel.