Pocos escapan, a día de hoy, a los encantos de internet. En un mundo tan digital y conectado como el que estamos construyendo, la red global juega un papel cada vez más importante en nuestras actividades diarias, desde el ámbito laboral hasta el entretenimiento, pasando por la administración o, incluso, las relaciones sociales. Internet hace posible cosas que hasta hace tan solo unas pocas décadas, hubieran parecido de ciencia ficción. Sin embargo, una herramienta tan potente y abierta también trae consigo una serie de retos y amenazas que no podemos pasar por alto. De la misma manera que es difícil escapar a sus encantos, también lo es escapar de sus garras. ¿De qué garras hablamos exactamente? De las que atenazan nuestra privacidad online: las del rastreo digital.
Así es, cuando navegamos por internet (utilizando navegadores tan comunes como Chrome, Firefox, Internet Explorer o Safari), estamos siendo rastreados. Ese rastreo —del que muchas veces ni siquiera somos conscientes— está ocurriendo mucho más a menudo de lo que creemos. ¿Cómo? A través de las famosas cookies, que no son más que un mecanismo que sirve para recopilar y guardar información sobre nuestra navegación. Las cookies acumulan información sobre nuestros movimientos y nuestras preferencias en línea como pueden ser datos de acceso, tiempos de estancia en una página web, movimientos del cursor, elementos en el carrito, idiomas preferidos, etc. Los encargados de crear estas cookies son las páginas webs a las que accedemos, y se mantienen con nosotros, vinculadas a nuestro navegador, hasta que expiran.
El problema de estos ficheros de datos con nombre de galletita simpática es que no todos son tan transparentes e inofensivos como parecen. Algunas, es cierto, no están diseñadas para ir más allá de lo legítimamente razonable, que puede tener que ver con recopilar información básica para una determinada web, que a su vez sirve para mejorar el rendimiento del sitio en cuestión. Sin embargo, otras pueden mantenerse activas incluso cuando salimos del entorno web en el que se han originado. Estas son las peligrosas, ya que se dedican a recopilar información sobre nuestras búsquedas, nuestros clicks y el resto de nuestros movimientos web durante mucho tiempo y para propósitos que, en muchas ocasiones, tienen una base comercial. En otras palabras, estas cookies de rastreo o cookies persistentes de terceros suelen ser utilizadas para recopilar datos tuyos que luego se venden o se utilizan para fines que tú no has autorizado. Algunos de estos sistemas de recopilación de datos son tan invasivos que muchos programas de antivirus los suelen categorizar como spyware.
A pesar de ser difíciles de evitar, hay una serie de trucos que nos pueden ayudar a lidiar mejor con estos pequeños fisgones de la red. Lo primero y más sencillo que podemos hacer es borrar las cookies de nuestro navegador y activar las opciones de bloqueo de las cookies de rastreo en los ajustes de nuestro navegador. Algunos softwares especializados como Privacy Badger, Adblock Plus, o Disconnect nos pueden aportar opciones de protección extra en este sentido.
Pero las cookies no son el único sistema de rastreo al que nos veremos enfrentados en nuestra navegación por internet. A medida que la digitalización avanza, estos sistemas de rastreo se van haciendo más sofisticados, y no siempre es fácil eludirlos. Antes incluso que las cookies, sin embargo, estaban las direcciones IP, que también podían ser utilizadas como mecanismos de rastreo. Por suerte, la forma de evitar este tipo de seguimiento es relativamente sencilla: a través del uso de una VPN. Los chicos de ExpressVPN nos explican qué es una VPN.
Otros sistemas, como las balizas web (Web Beacons), o la huella digital (Browser Fingerprinting), son algo más difíciles de prevenir. En el primer caso porque suelen estar escondidos dentro de los elementos de contenido de una web, como pueden ser las imágenes, lo que las lleva a pasar más desapercibidas. En el segundo porque se trata de una técnica de recopilación de información bastante nueva, y porque se basa en el uso de Javascript, un lenguaje de programación que muchas webs requieren para funcionar, y cuyas funciones, por tanto, no siempre pueden deshabilitarse.