El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, tiene una larga tarea por delante que empieza por normalizar las relaciones con Marruecos, un socio fundamental para España. El socialista se ha puesto manos a la obra y ya ha iniciado contactos con el país africano para restablecer las relaciones bilaterales; pero mientras tanto, Albares no ha dejado de lado uno de los instrumentos más importantes de su ministerio: la Agencia Española para la Cooperación Internacional y Desarrollo (AECID). El ministerio de Albares se ha liberado de las inversiones «puramente ideológicas» impulsadas por Arancha González Laya y ha recargado de sentido común el organismo para invertir en cuestiones clave y básicas como ayudar a terceros países a que mejoren su acceso a recursos básicos.
El pasado 28 de julio, el titular de Exteriores se ha gastado una buena cantidad de dinero público para impulsar el desarrollo de países con determinadas necesidades básicas. No hablamos de defender los derechos de los afroamericanos en Perú ni de defender los del colectivo LGTBI en Haití. Hablamos de que el dinero público esta vez se ha invertido alejado de pretensiones ideológicas y activistas. En total son 20 las partidas que la AECID ha lanzado para cuestiones importantes como por ejemplo mejorar el sistema de salud pública de Jordania para acoger refugiados sirios o directamente ayudar a terceros países a desarrollar sistemas eficientes de obtención de agua potable. Nada que ver con los gastos de la exministra que ha causado el mayor enfrentamiento diplomático con Marruecos de la década.
Mientras que la cesada Laya se gastó 100.000 euros en defender los derechos de los afroamericanos en Perú, Albares prefiere dejarse 300.000 en «formación y capacitación a personal sanitario de salud ante la actual pandemia de Covid-19» en el mismo país. Las diferencias son notables. Y como esto, las 20 ayudas lanzadas por Exteriores a través de la AECID que se han hecho públicas bajo el mandato de Albares (a pesar de que su aprobación pudo ser previa) tiene un sentido común del que carecían las de su predecesora. Es curioso que tanto la fecha de registro de las ayudas como la fecha de publicación coincidan bajo el mandato de Albares.
La partida de ayudas de la AECID se centra especialmente en América Latina y en África. En los países latinoamericanos se tratan temas como la integración de los indígenas, la regularización de los refugiados venezolanos, la disminución de la violencia delictiva (un problema grave en muchas capitales latinoamericanas) o fortalecimiento de la política para la obtención de agua. Aún así, como en todo, Albares no se ha resistido a aprobar una de las ayudas más cargadas del espíritu de su predecesora: dejarse 270.000 euros de todos los españoles en reconocer al colectivo LGTBI en Honduras. Será la excepción que confirma la regla, pues 19 de las 20 ayudas se destinan a la cobertura en terceros países de necesidades extremadamente básicas.
En África ocurre lo mismo. Sin embargo, pese a que la AECID suele tener en cuenta más países, en este caso Albares solo se ha centrado en Mozambique y Senegal. De las 20 ayudas aprobadas por la Agencia Española para la Cooperación Internacional y Desarrollo, cinco son para África. Y de las cinco, cuatro para Mozambique. El resto son para dos países asiáticos: Palestina y Jordania. El primero, por su evidente necesidad tras el conflicto con Israel. Y el segundo, porque sufre la llegada de miles de refugiados de la guerra siria que ni Europa ni ningún país desarrollado pretende acoger de forma abierta. Sea como sea, el objeto de estas ayudas que oscilan entre el millón de euros y los 100.000, tiene bastante más sentido lógico que ideológico. Albares ha cargado de sentido común el ministerio. O al menos es lo que se desprende dadas las ayudas que ha aprobado. No hay que olvidar que estas ayudas fueron impulsadas por la administración Laya, pero han sido puestas en marcha por Albares. Que solo una de las partidas trate temas ideológicos deja clara la criba que ha hecho el flamante ministro de las ayudas de su predecesora.
LAYA, LA «APESTADA»
Laya no ha hecho amigos en el Gobierno. Los comentarios que pesan dentro del PSOE sobre ella son muy despectivos. ¿La razón? Su gestión y su actitud. Podemos hablar de las inversiones cargadas del activismo de la ministra de Exteriores como el gasto en defender los derechos LGTBI en Haití o los derechos de los afroamericanos en Perú. Pero es mucho más grave para los socialistas lo ocurrido en Marruecos y la forma en la que la ministra afrontó la crisis. La enorme chapuza de intentar colar a Brahim Ghali en un hospital de Logroño solo por su cercanía a los activistas del Sáhara Occidental o por su «humanismo» ha costado a España caro. Muy caro.
Laya le ordenó solicitar a los militares que no pidieran ni controlaran el pasaporte de Ghali
Albares tiene que solucionar una crisis que no se conformó con reproches diplomáticos. La crisis migratoria de Ceuta fue consecuencia directa de la maniobra de Laya para acoger al líder militar del Frente Polisario en un hospital de Logroño. Ahora, el que fue jefe de gabinete de Arancha González Laya, Camilo Villarino, ha asegurado en un tribunal que Laya le ordenó solicitar a los militares que no pidieran ni controlaran el pasaporte de Ghali. A medida que se conocen más detalles de lo ocurrido, más losas pesan sobre la pésima gestión de la ministra socialista y más razones cargan el cese de la titular de Exteriores.
Que la crisis de Marruecos acabó con Laya es evidente, pero peores son los comentarios que se refieren a ella. Incluso aquellos que vienen de los actuales dirigentes de Exteriores. La percepción de la gestión de la ministra y de su actitud es tan mala que todo indica que ni siquiera irá en las listas del partido en las próximas elecciones. Laya se ha coronado y su leyenda sigue aumentando a medida que los magistrados hacen preguntas sobre lo ocurrido. Albares tiene mucho trabajo por delante, esa es la única conclusión.