El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, perdió una oportunidad de oro. Estuvo muy cerca de conseguir repartirse al 50 por ciento con el PSOE los vocales del Consejo General del Poder Judicial. Sin embargo, la destitución de la exportavoz del PP Cayetana Álvarez de Toledo alimentó de forma desmesurada la inseguridad de Casado y le llevó a enrocarse y perder una oportunidad que habría permitido al PP nombrar a la mitad de los vocales del CGPJ. Como esto se precipitó, Casado pasó a negarse a cualquier pacto mientras que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, prefirió dar un golpe institucional a la independencia de los jueces con el objetivo de presionar al dirigente popular. Ahora, mientras Sánchez quiere renovar la cúpula del Consejo a golpe de mayoría absoluta, el líder del PP espera encarrilar de nuevo la situación para, al menos, conseguir ese 50% de los vocales que dado el peso del partido en el Congreso sería una gran victoria.
Lo tuvo en sus manos e incluso lo habían comentado por Whatsapp, pero la inseguridad de Pablo Casado le ha vuelto a pasar factura. El dirigente popular quiere hacer malabares entre Vox y el PSOE. Por un lado, no quiere que la formación que está a su derecha se coma su electorado más conservador; y por otro, no quiere que los suyos piensen que es blanco con el Gobierno. Y en esos malabares, la política de comunicación del PP le ha jugado una mala pasada en más de una ocasión. Hasta el punto de haberle hecho perder una oportunidad de oro.
Sánchez y sus asesores, con Iván Redondo al frente, tienen el objetivo de gobernar por estos tres años restantes. Y para hacerlo saben que necesitan un Tribunal Supremo renovado, ya que lleva en funciones desde 2018. Al ver que Casado se había enrocado incluso teniendo en su mano el poder nombrar a diez vocales en el Consejo General del Poder Judicial, la mitad, Redondo y los suyos cambiaron de estrategia: esta vez, presionarían más poniendo sobre la mesa una reforma que directamente atenta contra la separación de poderes, no con el objetivo de llevarla a cabo, sino con el de presionar al dirigente popular para que cambiara de idea.
No es casual que cuando se anunció este proyecto de ley que busca renovar el Consejo General del Poder Judicial con tan solo una mayoría absoluta (y no tres quintos del Congreso y del Senado, como se requiere ahora), Casado dijera en sede parlamentaria que no se iba a sentir presionado por ellos. Lo cierto es que ahora, entre Casado, que busca que los vocales los elijan los propios profesionales de la judicatura, y Sánchez, que los quiere elegir él y sus socios de investidura, hay un término medio: el de volver a ese pacto de Whatsapp que apostaba por el diez-diez. Mitad para el PSOE, mitad para el PP.
Este trato es muy ventajoso para el Partido Popular porque sigue teniendo relevancia en el CGPJ y evita, de cara a la galería, que se apruebe una medida anticonstitucional que no gusta ni a la Comisión Europea por atentar contra la separación de poderes. Además, no hay que olvidar que Casado ha dejado al PP raquítico en el Congreso con el menor número de diputados, que se han marchado en su mayoría a Vox.
En el PP están en cierto modo desesperados con la actitud de Pablo Casado. Quieren que se convierta de una vez un líder de un partido con la entidad de Estado que tiene el PP y que deje a un lado sus inseguridades. Si tiene que pactar con Sánchez la renovación del Consejo, que lo haga de una vez, pero que se deje de tiranteces electorales alimentadas por un equipo de comunicación que lleva a Casado a la deriva en cada paso que da.
Ahora sobre la mesa está un alto al fuego que podría dar pie al pacto. Si Casado deja de intentar que sean los jueces quienes elijan a los jueces y Sánchez renuncia a su golpe institucional, se puede abrir de nuevo una vía que permita que haya un equilibrio entre fuerzas en el CGPJ. Diez-diez, como se acordó por Whatsapp. Esperemos que esta vez no haya ni una Cayetana de por medio ni una inoportuna filtración.