El presidente del PP, Pablo Casado, está en una encrucijada. Por un lado, el líder popular quiere consolidar ese presunto giro hacia la moderación para asemejarse a los políticos más aplaudidos en estos tiempos de convulsos; pero por otro, Casado está obsesionado con que ese giro no se pase de frenada y le haga alejarse del electorado que tantas ganas tiene de recuperar: el de Vox. Tanto es así, que desde que destituyó a su ya exportavoz Cayetana Álvarez de Toledo, su equipo se ha esforzado sobremanera para acallar los rumores que circulaban por las portadas de los periódicos que apuntaban a que Casado quería parecerse más a Rajoy que a Aznar.
Ha sido una estrategia que buscaba más fagocitar a los políticos estrella del PP que lanzar un mensaje de moderación al electorado conservador. Cuando Casado destituyó a Álvarez de Toledo y puso como portavoz nacional al alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, todos entendieron que el líder popular quería dar un giro hacia el centro para que el PP se convirtiera, de nuevo, en un partido de Estado moderado. Sin embargo, el equipo de Casado no tenía solo esta intención, sino que también ha aprovechado la coyuntura par absorber el prestigio de los políticos con más tirón del partido.
Tan pronto como las portadas de los periódicos destacaron que Casado había abrazado la moderación como estrategia electoral, el equipo del presidente popular se puso manos a la obra para destacar que no. La realidad es que el líder del PP sigue obsesionado con recuperar el electorado que Vox le ha robado. Y prueba de ello han sido las palabras del secretario general del PP, Teodoro García Egea, cuando ha destacado la semana pasada en una entrevista al diario ABC que «mientras Vox exista, Sánchez tiene asegurada La Moncloa con sus socios».
Casado no gusta a gran parte el partido, desde cargos intermedios hasta barones e históricos de la formación conservadora. De hecho, hay quien ya especula con la idea de quitarse de en medio al joven político para dar paso a un Feijoo o a un Almeida que puedan levantar un partido histórico que no es capaz de tener opciones de gobierno en las encuestas ni contra un partido tan erosionado como el PSOE después de haber lidiado con una pandemia sin precedentes.
Las acusaciones que se escuchan en Génova son diversas. Algunos aseguran que Casado no tiene carisma. Otros, que él y su núcleo son demasiado jóvenes como para representar al partido, algo a lo que Teodoro también respondió en una entrevista: «A los que dicen que Pablo y yo somos demasiado jóvenes, que sepan que Mariano Rajoy ya era vicepresidente con la edad de Pablo Casado y Álvarez-Cascos llevaba la secretaría general con mi edad». Pero lo que tienen claro desde el cuestionado equipo de Casado es que no son capaces de cohesionar al partido y que tienen que buscar la fórmula para que el PP al menos tenga opciones de gobernar en las próximas elecciones.
SOMETER A ALMEIDA
La estrategia fue sencilla. Por un lado, Casado vio claro que el competir con Vox para ver quién era más de derechas y más radical en sus planteamientos contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no daba resultados, pues cosechó los peores de la historia del PP. Así pues, entendió que los pasos a seguir eran los dados por el presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijoo, y el alcalde de Madrid.
A nivel electoral, los números le pedían a gritos que asumiera la forma de hacer política de Almeida y del presidente de Galicia. Sin embargo, sus entrañas le piden lo contrario. Es por eso que Casado ha circulado por una vía intermedia: la de convertir a Almeida en una pieza fuerte y en la imagen del partido, eso sí, siempre que se someta a su criterio.
Si sus planes salen bien, Almeida hará que el PP gane votos y se consolide con Casado al frente. Y si sale mal, el líder del PP habrá erosionado a Almeida, un potencial rival para unas futuras e hipotéticas primarias, y habrá evitado un desgaste directo.