En la sociedad actual, existe un gran mito sobre el primer amor. Se dice de él que es un sentimiento que no olvidaremos en el resto de nuestra vida. Y, aunque puede que sea cierto, también lo es el que, cuando lleguemos al segundo, este será mucho mejor. Lo primero que debemos tener en cuenta es que debemos desterrar el que solo existe un amor verdadero. A lo largo del tiempo, nos encontraremos con diversos tipo y tendremos más de una pareja. Ninguna es mejor ni más que la otra.
Las novelas románticas, las series y el cine han contribuido mucho a perpetuar este pensamiento. Lo cierto es que no es bueno idealizar nuestros sentimientos, pues los iremos alejando cada vez más de la realidad. La intensidad del primer hormigueo es una de nuestra primeras experiencias a nivel emocional. Cuando termina, pensamos que no vamos a volver a enamorarnos. Sin embargo, eso no es cierto.
Después de haber encontrado esa nueva oportunidad, una pregunta llega a nuestra mente: ¿Por qué el segundo amor es mejor?
El amor maduro, la mejor experiencia emocional
Cuando encontramos ese segundo amor, somos más maduros que con el primero. Por eso, supone muchos beneficios para nosotros y nuestra pareja. Este tipo de sentimiento viene trabajado de antes, tanto a nivel individual como pensando en el conjunto. Este tipo de vínculo se diferencia del que aparece cuando somos adolescentes en que nuestras emociones no se encuentran a la misma intensidad.
La gente joven suele entregarse al máximo. Tanto, que a veces pierden la perspectiva con respecto a la realidad. La clave es encontrar una persona que te complemente y no que te complete, volviendo a desterrar ese mito de la media naranja tan extendido a lo largo de los años. Lo que debemos conservar y preservar en todo momento es la esencia de cada una de las partes.
La idealización del amor romántico se puede convertir en peligrosa. En ocasiones, hace que sea complicado dejar de lado una relación que no es saludable para nosotros. Este tipo de vínculos traen más problemas que alegrías, por lo que debemos hacer un ejercicio de inteligencia emocional. Cuando nos enamoramos por primera vez, la ensoñación alcanza niveles insospechados. Esto conlleva muchas consecuencias, como que se convierte en algo irreal.
La media naranja no existe
Una de las cosas de las que debemos deshacernos es de ese mito del amor que nos inculcan desde que somos pequeños. Nuestra capacidad de querer comienza en la infancia a raíz de las actitudes implícitas que vemos y vivimos, las cuales quedan grabadas en nuestra mente. No obstante, también podemos reprogramar ese aprendizaje. Gracias a la creación de vínculos nuevos, somos capaces de volver a aprender diversos patrones e incluso ir corrigiendo los que ya tenemos preestablecidos.
A lo largo de la historia, hubo un tiempo en el que el amor más pasional se relacionaba incluso con la locura. De hecho, ni la pasión ni el afecto se tenían en cuenta a la hora de contraer matrimonio, sino que estos eran concertados. A pesar de todo, en ocasiones, se ha demostrado que, con el paso de los años, los cónyuges que han participado en un matrimonio concertado se han terminado teniendo amor. El alma gemela, por tanto, es un mito más condicionado por ese primer amor que todos tenemos en nuestra mente.
Se supone que, cuando encontramos a nuestra alma gemela, estamos hechos el uno para el otro, por lo que nunca nos separaremos. Debido a ello, tendemos a pensar que, si termina una relación, es un verdadero fracaso. Cuando rompemos con ese amor que creíamos el único, es un buen momento para pararnos a pensar y reflexionar sobre esto. Podemos sacar muchos aprendizajes de una relación cuando esta termina. Después de ello, cuando hayamos exprimido al máximo las enseñanzas que nos ha dejado, seremos capaces de saber qué queremos y qué no o en qué debemos esforzarnos más, para que una relación nos complemente y nos llene. Esto tiene mucha relación con que el segundo amor sea mejor que el primero.
Quiérete a ti para querer a los demás: en busca de la felicidad
Cuando encontramos una nueva relación, una vez puesto en práctica todo lo aprendido en las anteriores o en la anterior, es mucho más sencillo dar con las características que estamos buscando en la otra persona. La clave, por supuesto, es que los dos miembros resalten el respeto por el otro, el aprecio y, muy importante, la atracción. Una vez tengamos el terreno allanado, seremos capaces de mantener la relación en el tiempo siempre que seamos honestos, maduros y no nos encontremos en continua tensión y siempre a la defensiva. El humor y la empatía nos ayudarán mucho en el proceso.
Con el paso del tiempo, cuanto más claro tengamos qué queremos y qué buscamos, también será más fácil el convivir con la otra persona en calma y armonía. A partir de los 30 años, los niveles de felicidad crecen. Se encuentra una estabilidad laboral y económica que ayuda mucho a estar tranquilos y buscar algo más. A partir de los 40, según varias encuestas, parece que las personas disfrutamos más de las relaciones, tanto amorosas como sexuales. Por ello, la madurez supone un antes y un después en el tema del amor. En las relaciones adultas, tenemos mayor capacidad de mantener el control y nuestras emociones a raya. La experiencia es un grado y esto también es un factor clave.
El segundo amor, por tanto, tiene muchas más posibilidades de ser mejor que el primero. Además del aprendizaje conseguido por las relaciones pasadas, también nos encontraremos en un momento de nuestra vida mucho más estable y sereno. Esto nos proveerá de armas útiles para hacer que nuestras relaciones funcionen de la forma adecuada y perduren en el tiempo. Conforme vamos haciéndonos mayores, aprendemos de nuestros propios errores y de los del resto. Además del enamoramiento, en los amores posteriores al primero es muy importante compartir la vida. Es decir, nuestras experiencias positivas y las negativas.