Seguro que has oído hablar del cinturón de castidad. Hoy en día, se ha convertido en toda una fantasía sexual. La de poder controlar a tu antojo la sexualidad de la otra persona, sabiendo que nadie más puede hacerlo más que uno mismo. De hecho, aunque parezca que no, son muchas las personas que lo siguen utilizando. Por ejemplo, está muy extendido entre quienes practican BDSM.
Aún existen, se venden y, sobre todo, se compran. Cualquiera puede hacerse con uno. No obstante, eso no significa que conozcamos su historia al completo. Hombres y mujeres lo pueden usar, aunque el más extendido es la braga-cinturón especial para ellas. Hay personas que lo usan incluso para evitar una agresión sexual, por lo que lo llevan puesto de forma habitual. Esta idea no gusta demasiado debido a sus grandes componentes machistas.
Sea como fuere, lo cierto es que sigue un elemento con el que podemos convivir en nuestros días, aunque su origen se remonta a siglos atrás. Descubre cómo fue el verdadero cinturón de castidad y cómo te han engañado durante este tiempo.
El origen del cinturón de castidad en la Edad Media, cada vez más difuso
Aunque la primera teoría que todos escuchamos cuando hablamos del cinturón de castidad es que apareció en la Edad Media, parece que no existen evidencias de que esto fuera así. De hecho, su primera aparición consta en un libro del año 1405 que fue escrito por Konrad Keyeser y que se titula «Bellifortis». Lo curioso es que este libro no trata de otra cosa más que de máquinas de guerra, siendo una obra técnica sobre los diferentes elementos. Sin embargo, el autor amenizó la lectura de la obra añadiendo una broma: este aparato podría servir para preservar la honra de los maridos cuando se encontraba en guerra, lejos de sus esposas.
Desde su aparición, el cinturón no tardó en convertirse en un verdadero mito. Se hablaba de él y, sobre todo, se hacían referencias en tono satírico o burlesco. Se reían así de los hombres impotentes o los más mayores, quienes ya no podían controlar a sus mujeres, por lo que estas se acercaban a hombres más activos en el ámbito sexual.
Se han encontrado también varios dibujos de la época en la que se reflejan imágenes de ese varón, que se iba de viaje por largo tiempo, poniéndole un cinturón de castidad a su esposa. En ellos, el amante, al mismo tiempo, sale del armario con una copia de la llave en la mano.
El objeto, más un mito que realidad
Existen pruebas de que dicho objeto, por tanto, es más un mito que una realidad en la época. Faltan referencias a este tipo de cinturón en las novelas de tipo cortés, así como en las de todos los autores desde el siglo XIV al XVII. Ni Bocaccio, Rabelais o Bardello lo recogen en sus historias, siendo estos grandes referentes en la sátira erótica y conocedores sabios de la sexualidad ligada a aquellos tiempos.
La realidad parece ser muy distinta de la conocida hasta ahora. Alejándonos de la Edad Media, los primeros cinturones que podemos considerar reales fueron fabricados en el siglo XIX, mucho más cercano a nuestros días. La costumbre es que se encontraran en los museos de tortura, mostrando la crueldad de otras épocas pasadas.
En el famoso British Museum de Londres, había una de estas codiciadas piezas. Se podía ver cómo se atribuía, esta en cuestión, a la Edad Media y fue exhibida en el museo desde el año 1846. No obstante, se tuvo que terminar retirándola, pues comprobaron que era falsa.
Las mujeres de la Edad Media no usaban cinturón de castidad
A pesar de lo que hayamos podido leer o saber, lo cierto es que las mujeres de la Edad Media no usaban este tipo de cinturón de castidad. No es cierto que los maridos se lo colocaran mientras hacían largos viajes, como en épocas de guerra o de cruzadas.
Podemos remitirnos a algo tan básico como es el cuerpo humano. Entre otras cosas, la higiene en la época no era demasiado amplia. Por eso, las consecuencias de llevar un trozo de metal pesado, duro e incluso cortante, podrían haber sido fatales para las mujeres de entonces.
Lo primero que aparecerían serían llagas, debido al roce entre el elemento y el cuerpo, más en una zona tan sensible. Andar, sentarse o agacharse serían una verdadera tortura para ellas. Pero las infecciones serían aún peores, pues no podrían lavarse de ninguna manera el área genital. Ambas cosas desembocarían en septicemias, imposibles de curar en ese tiempo, llegando a producir la muerte de la mujer.
La época victoriana, en el punto de mira de la castidad
Visto de otro modo y acercándonos más a la realidad, esa práctica que nunca llegaron a practicar las personas del medievo, sí que se dio en el siglo XIX, aun jactándose de ser uno de los que más progreso han obtenido a lo largo de la historia. Esta época se caracterizaba por hacer muy mala prensa de la Edad Media, sobre todo en el ámbito sexual. De este modo, pensaban que eran superiores y mucho más avanzados a las épocas pasadas.
Además de para asustar y criticar las acciones del medievo, hablar sin parar de elementos como el cinturón de castidad y todo lo relacionado a la sexualidad se convertía en un modo de crear mitos y fantasías eróticas. De esta forma, se podía hablar de determinados temas bastante complicados de tratar en otras circunstancias.
La risa, la sátira, la crítica, etc., eran elementos muy utilizados para poder hablar de sexo sin tapujos. De hecho, el siglo XIX fue una de las épocas más pornográficas de la historia. Existían libros que hablaban del tema con imágenes y fotos ilustrativas. Se ocultaba bajo un prisma didáctico.
La Ilustración y la consagración del mito
Pero el momento en el que se consagra el mito del cinturón de castidad es durante la época de la Ilustración. Esta es otra de las épocas más críticas con todo lo acontecido en la Edad Media, pues el objetivo era acabar con todo lo que representaba el feudalismo.
Diderot o Voltaire confirmaron su uso durante el medievo, después de malinterpretar fuentes de la época como testigos de ciertas prácticas. En la enciclopedia del primero, podemos ver una entrada en la que se describe a este elemento como «instrumento tan infame como lesivo a la sexualidad».
Después de que el mito fuera cobrando cada vez más importancia, se decidió recrear. En la época victoriana, se fabricaron más pequeños y ligeros para poder ser usados durante períodos más cortos de tiempo. De este modo, se pretendía evitar las violaciones, probar la fidelidad o evitar que las mujeres se masturbaran, pues se consideraba que esto derivaría en enfermedades físicas y mentales.