Del mismo modo que se podía ver indistintamente a Ayman Maussili Kalaji con uniforme de Policía en la puerta de una comisaría del centro de Madrid, estaba en la escolta del juez Garzón o inmerso en una operación de la Brigada de Información, la inteligencia de la Policía, este español nacido en Siria estaba en tan diferentes lugares del 11M, que su figura es aún un misterio.
Maussili Kalaji (que son sus apellidos españolizados), hoy 60 años, vive con una pensión de retiro de la Policía en un pueblo de la provincia de Toledo pegado a la carretera A-5, a menos de 80 kilómetros de Madrid. Kalaji –que es como se le conoce– estuvo directa o indirectamente implicado en casi todos los momentos del 11M. Desde la liberación de las tarjetas con que se activaron los explosivos, como incluso en el hallazgo de la furgoneta Kangoo en Alcalá de Henares, clave para encontrar la autoría de los atentados, o las escuchas a “El Tunecino”.
Su aparición directa en el sumario del 11M tiene que ver con el rastro de los teléfonos móviles que se siguió a través de la mochila hallada intacta, con explosivos, en Vallecas, tras la terrible matanza. Bazar Top, la tienda de los hindúes, donde el comando compró los teléfonos móviles con que activaron las bombas, encargó la liberación de los móviles a la tienda de Kalaji, llamada Test Ayman. Un comercio que compatibilizaba con su trabajo de agente de Policía. De allí salieron los teléfonos móviles que se prepararían para meter en las mochilas y activar las bombas que mataron a 191 personas el 11M.
Fuentes de la investigación encuentran aquí un hilo que nunca se aclaró convincentemente. Las personas que encargaron el trabajo, según los testimonios de los empleados de la tienda, hablaban un idioma extraño, no árabe. Era búlgaro.
Maussili Kalaji fue identificado por los agentes que investigaban el atentado días después, parece que en torno al 17 de marzo, porque sobre esto también hay controversia, que no se aclaró en su declaración como testigo en el juicio del 11M. La versión extraoficial asegura que los conocimientos de Kalaji fueron claves para seguir la pista hasta el comando que estaba escondido en Leganés. Pero esto parece más propaganda extendida por los amigos de Kalaji, que los hay, en la Policía y en otros ámbitos.
Ayman Kalaji no es un policía con una carrera convencional. Nacido en Siria, llegó a España con 22 años, en 1981. En 1984 consiguió la nacionalidad española, al parecer como premio por servicios prestados al Estado. Después, entró en la Policía, algo también atípico. Según ha reconocido el propio Kalaji, formó parte del ejército sirio, donde, según él mismo ha declarado, “aprendí lo necesario para ser soldado… y alguna cosa más”. Algo más que motivó que la seguridad nacional siria lo enviara a un curso de especialización en la Unión Soviética. Un curso que Kalaji no ha detallado en sede judicial.
Diversas fuentes lo sitúan posteriormente en un campamento de Hezbollah, la milicia armada libanesa apoyada por Siria, impartiendo cursos de explosivos, pero esto no ha sido confirmado. Él solo ha negado “que mandara un campamento de entrenamiento”, no que fuera parte de él. Un informe del Telesforo Rubio, comisario General de Información, dice que los explosivos y los teléfonos se soldaron con gran celeridad, entre el 3 y el 8 de marzo, cuando éstos quedaron liberados.
LA DECLARACIÓN DE GARZÓN EN EL CONGRESO
Lo que sí está confirmado es que Kalaji trabajó en la Unidad Central de Información Exterior (UCIE). Unidad volcada en el terrorismo islamista. Y que formó parte de la escolta del juez Baltasar Garzón, entre otros destinos en la Policía. Sus conocimientos de árabe y sus contactos en el mundo islamista lo hacían un agente de enorme valor. Entonces, ¿qué hacía vigilando, uniformado, con un fusil franchi, la entrada de una comisaría, un trabajo muy poco valorado en la Policía?
Según relató el propio Garzón en la comisión de Investigación del Parlamento sobre los atentados, hubo una operación clave contra el terrorismo islamista en 1989, con la incautación de un cargamento de armas en el puerto de Valencia. Y allí estaba Kalaji, como parte del operativo de inteligencia de la UCIE.
A Kalaji se le atribuye el control de diferentes confidentes encaramados en las estructuras terroristas yihadistas. Eso ocurrió en sus tiempos de la UCIE, de la que se fue, según su testimonio ante el juez “porque no estaba conforme” con algunas cosas en la forma de trabajar. Dejara o no la Unidad de Inteligencia de la Policía volcada en el yihadismo, lo que sí está claro es que Kalaji es una pieza más en el complicado entramado entre el juez Baltasar Garzón y el traficante de armas sirio Monzer Al-Kassar, condenado por el propio Garzón. Al-Kassar se pudre a día de hoy en una remota prisión de Estados Unidos, alejado de cualquier acceso a periodistas. Su papel parece entre oscuro y aprovechado en todo el movimiento de inteligencia que hubo en torno a la segunda guerra de Iraq y hasta el 11M.
LAS ESCUCHAS A ‘EL TUNECINO’
Lo que sí está comprobado es que Kalaji, además de conocer a Al-Kassar, sabía quién era el ideólogo del comando que perpetró el 11M, Sherhane Ben Fakhet, ‘El Tunecino’. Este terrorista de corte intelectual había sido controlado por los servicios de inteligencia de la Policía. Incluso por la propia hermana de Kalaji, Lina. Lina Massouli era traductora de la Policía y había tratado las intercepciones telefónicas con las que se controlaba a ‘El Tunecino’. Según la versión que en su momento trasladaron los amigos de Kalaji, se atribuye un aviso de Lina a sus superiores respecto a la peligrosidad de ‘El Tunecino’.
Las coincidencias de la vida de Ayman Masouli Kalaji con el 11M adquieren nuevos tintes cuando aparece en escena, en Alcalá de Henares, una furgoneta Renault Kangoo cargada de evidencias. Entre los agentes que acudieron a controlar esta furgoneta estaba una policía local llamada Marisol. Fuentes de la inteligencia llegan a atribuir a esta Marisol incluso el hallazgo de la furgoneta. Marisol sería una agente más, si no fuera porque se trataba de la exmujer de Ayman Masouli Kalaji. La Policía consideró que fue la furgoneta Kangoo la pieza clave de la investigación que conectó todos los escenarios y dio la pista clave. También fue la que permitió abandonar la primigenia tesis de que ETA era la autora de la matanza, y orientar la investigación hacia los grupos yihadistas, como así era en realidad.
Si a este puzzle se le añade la relación Kalaji-Garzón y se une la relación entre Garzón y el comisario Enrique García Castaño, ‘El Gordo’, clave también en la investigación del 11M, es inevitable un cierto escalofrío.
Kalaji fue despachado en el juicio por el 11M con apenas quince minutos de interrogatorio. La Fiscalía pasó de puntillas por su testimonio y las defensas lanzaron algunas preguntas graneadas pero poco orientadas. Kalaji solo se incomodó cuando le preguntaron por su pasado militar en el Ejército sirio: “No sé qué tiene que ver esto”, dijo. El juez Bermúdez le cortó diciendo que era él quien decidía qué tiene que ver y conminándole a responder a la pregunta. Kalaji se fue con una respuesta genérica y no aclaró qué aprendió en la Unión Soviética durante esos seis meses de entrenamiento especializado.