Íñigo Errejón ha hecho saltar a Podemos por los aires. El exportavoz parlamentario de la formación morada perdió hace dos años su pulso en Vistalegre II y desde entonces se centró en cumplir el encargo de liderar a los morados en la Comunidad de Madrid.
En plena precampaña se hartó de imposiciones y fió su destino al de Carmena, cara amable y transversal de la izquierda. Una de las razones del acuerdo es que la alcaldesa es menos dada a las «tutelas y tutías» con las que Iglesias exhibía su poderío interno.
Cierto es que Errejón se saltó las normas básicas de una organización interna. Pero su caída de la foto fundacional deja solo a Iglesias, que antes perdió por el camino a Bescansa, Monedero y Alegre. Este hecho invita a dibujar paralelismos entre Iglesias y Rivera, que también sufrió el éxodo de algunas de las personas que lanzaron Ciudadanos.
LAS MIL CARAS DE CIUDADANOS
En 2005 varios intelectuales cercanos con el PSC mostraron su enfado con los socialistas porque, según ellos, el tripartito liderado por Pascual Maragall había supuesto la claudicación de Ferraz ante el nacionalismo catalán más vehemente.
Albert Boadella, Fernando Savater, Arcadi Espada, Antonio Robles, Félix Ovejero, Francesc de Carreras o Félix de Azúa apoyaron el nacimiento de Ciudadanos, que en su estreno electoral en 2006 logró tres diputados con el desnudo de Albert Rivera abriendo cartel.
El joven y ambicioso abogado diseñó un partido personalista. Su hiperliderazgo, similar al que pretendió Iglesias, causó estragos en su por aquel entonces mano derecha, Antonio Robles, que en 2007 dimitió como secretario general tras denunciar «irregularidades» en la confección de listas municipales.
CUATRO FRACASOS Y UNA RESURRECCIÓN
Las municipales de 2007 supusieron una decepción en los naranjas, que solo lograron trece concejales en Catalunya. Ciudadanos también fracasó en las andaluzas de 2008 y el liderazgo de Albert Rivera se puso en entredicho tras su patinazo como candidato en las generales de 2008 por la circunscripción de Barcelona.
Aunque más controvertida fue su decisión de concurrir a las europeas de 2009 con la extrema derecha antieuropeísta, Libertas, que nacía bajo la sombra del extravagante millonario Declan Ganley. Este cuarto patinazo se palió en las catalanas de 2010, cita en la que Cs renovó sus tres actas.
Albert Rivera fijó Ciudadanos en su territorio natal y decidió aparcar por un tiempo cualquier aventura estatal. Los resultados no tardaron en llegar: en las autonómicas catalanas de 2012 volvieron a dar la sorpresa y triplicaron sus representantes.
Tras asegurar el futuro del partido, Rivera volvió a mirar fuera de las murallas y tras romper sus lazos invisibles con Rosa Díez consiguió meter al fin su cabeza en la política estatal, dicen sus adversarios que con el apoyo del Ibex-35, que quería crear «un Podemos de derechas».
También con el evidente apoyo de algunos de los periódicos más emblemáticos, que le pronosticaban cien diputados cuando alcanzó cuarenta en 2015 que menguaron a treinta en 2016. Rivera se presentaba como un líder europeísta que quería recuperar el espíritu de la UCD.
Prometía acabar con el PP y PSOE, de los que se declaraba alérgico antes de que finalmente decidiera apoyar de forma estéril a Pedro Sánchez y apuntalar a Mariano Rajoy.
Pero la volatilidad ideológica de Ciudadanos, la decisión de cerrar acuerdos con las marcas más oxidadas del bipartidismo (el PSOE andaluz y el PP madrileño), y la puesta en marcha de una colección de improvisaciones retóricas convierten a Rivera en un líder que se está granjeando multitud de enemigos por sus principios mutantes.
También le recuerdan cuando exigía hace una década un SMI de más de mil euros antes de oponerse, cuando hizo su precampaña de 2016 en Caracas (ahora parece olvidarse de Venezuela) o cuando pedía leyes respecto a violencia de género similares a las que ahora defiende Vox, al que no dejan de mirar por encima del hombro.
RIVERA ANTE SUS PERSPECTIVAS MÁS OPTIMISTAS
Los continuos cambios de discurso de los naranjas no parecen pasar factura a Rivera: su defensa de la Constitución ante los líderes del procés le han hecho dispararse en Andalucía y los pronósticos demoscópicos autonómicos y municipales hacen invitar al optimismo.
Ciertas baronías regionales, especialmente en La Rioja y Castilla y León, insinúan que Ciudadanos podría retornar a la socialdemocracia y pactar en 2019 con el PSOE para asegurarse el centro del damero político y distanciarse del PP y Vox en su sprint por identificarse con la simbología ibérica.
El pasado viernes Félix Ovejero se dolía por la renuncia de Rivera al etiquetaje socialdemócrata y en el El Mundo afirmaba que «Ciudadanos se empeñó por competir en un espacio ideológico ya razonablemente cubierto por el PP».
El escritor, hoy en la órbita del nuevo partido de Gorka Maneiro, también denunciaba que los naranjas se han sentido obligados respecto al PP «a componer el gesto y enfatizar diferencias, algo que, con frecuencia, conduce a la desorientación ideológica y al oportunismo».
Ciudadanos, explica, está «a la espera de pactar con un PSOE que ya no existe. Sin considerar la posibilidad de sustituirlo». Ovejero se suma al grupo de intelectuales que añoran al felipismo por tres razones: la socialdemocracia formal, el liberalismo en asuntos clave y la defensa de la unidad de España.